La demora de un juez

La eterna postergación, la permanente dilatación de un hecho, es decididamente kafkiano.  El absurdo de la larga espera, de la incesante demora, andan entre nosotros en varios rubros. Desde siempre, por así decir. El tren que no vino nunca, por ejemplo. La carretera que uniría Aucayo con la frontera, otro ejemplo. Y, últimamente, el extraño retraso podría ser el signo mayor del sonado caso Dongo. Otra cosa no se puede escribir sobre la actitud de un magistrado que, como desde el balcón o como de otra parte, mira pasar los días rutinarios, contempla el reiterado arribo de las fiestas, asiste al transcurrir de la vida misma, y no hace lo que tiene que hacer.

Es decir, un simple trámite para que el proceso que se le sigue al aludido siga su camino normal. ¿Cómo será eso de no darle ninguna importancia a un hecho delictivo de veras fundamental  para combatir contra la lacra de la prostitución infantil y adolescente, la trata de personas, el denigrante proxenetismo? El ejercicio de la justicia en un caso así no puede dilatarse ni traspapelarse, menos incentivar el terrible olvido. El quemante expediente de ese suceso denigrante tampoco puede quedarse en mesa de partes, acabar en el archivo. La falta de memoria es una de nuestras mayores desgracias.

Entonces es urgente ejercer esa memoria. Aquí  y ahora. Ahora y aquí, antes que venga el largo olvido y siga reinando la injusticia, gobernando el torcido negocio sexual. De ahí la nota central de este día. Estamos en contra de esa extraña demora de un alto funcionario de la justicia local. En nombre de las víctimas, de aquellas que no tienen gremios para que las defiendan, ni abogados gratuitos, no podemos aceptar que un simple trámite se retrase. Nadie es intocable de acuerdo a la legislación vigente. Nadie tiene corona de oro. Nadie merece quedar impune, señor juez.