La danza del petrolero

La danza del petrolero 

“La danza del petrolero” es una antigua canción que hoy casi no se escucha. La impusieron los casi olvidados Wemblers en los tiempos de su apogeo canoro, en las horas de su convocatoria populosa. En su letra,  un poco simplista, bastante cándida,  hay un júbilo previo a la supuesta épica de la explotación del llamado oro negro. El petrolero era considerado en ese entonces, en los tiempos de Trompeteros y otros lugares, un rey del bosque,  un soberano de los montes,  que sacaba con garra el codiciado hidrocarburo. 40 años después de ese optimismo, 40 años luego de los bailongos y otras celebraciones, la canción de alabanza no se sostiene.  Es un lirismo musical de buenas intenciones, una canción para pasar el rato. El vacilón,  como siempre.

Lo que no es una diversión es un ligero balance de esas cuatro décadas petroleras, sin danzas y sin orquestas. Un indicativo nada desdeñable podría ser lo que ocurrió hace poco en Iquitos, cuando líderes indígenas denunciaron que desde hace tiempo la explotación petrolera  contaminaba  el río  Pastaza. El otro extremo del balance podría ser conocer cómo se invirtió el dinero que entra a las arcas regionales por el canon petrolero. Entre ambos extremos podríamos danzar la danza del fracaso. Y entre todos y todas.

La verdadera danza del petrolero parece que recién va a comenzar. Nos parece que ese  es el mensaje de las organizaciones nativas que hoy por hoy están pidiendo un balance serio sobre los 40 años de explotación de ese recurso que a ellos y ellas les ha significado muchos males. Y pocos beneficios por más que el Acta de Dorisa se haya firmado con todas las de la ley. Escuchar a esos compatriotas, escuchar sus razones y sus propuestas,  debería ser una manera de celebrar ese casi medio siglo de extracción del hidrocarburo. En esa danza del presente la música no tiene lugar y cualquier orquesta sobra.