ESCRIBE: Ricardo Rivera
En las últimas semanas, ciertas comunidades ribereñas, denunciaron sus disconformidad y presuntas irregularidades en el proceso electoral de sus circunscripción, se abrieron los espacios para canalizar sus pedidos a las instancias correspondientes; la violencia no fue ajena, pues se “retuvo” a personal de una empresa de hidrocarburos, se “tomaron” instalaciones de actividades petroleras en paralelo, mientras se departían mesas de diálogo entre líderes comunales y representantes del Estado, se hicieron promesas y también chantajes de próximas “acciones” si los resultados del diálogo o pedidos no eran los esperados. Previsiblemente, y como en todo río revuelto hay ganancias de pescadores, las amenazas se cumplieron y el día de hoy se dañó el oleoducto de sueños y pesadillas de nuestra Amazonía, la amenaza se cumplió.
La limitación cultural existe como también existe el abuso del derecho, matizado con palabras que se han vuelto costumbre para privar de libertades, dañar la propiedad (sea pública o privada) y obstaculizar el diálogo en todos los lados de esta falsa contraposición de los unos y los otros; el sentimiento de arraigo y pertenencia a una sociedad que comparte el mismo ecosistema no existe, tanto en comunidades de su medio inmediato, como “foráneos” mediadores que no se identifican como miembros de una misma cultura, no se ve eso que llaman empatía.
En el claustro universitario, académico y laboral he tenido la dicha de conocer y trabajar con personas descendientes directos de nuestros pueblos originarios, de quienes aprendí cosas aparentemente básicas que usualmente damos por sentado sin la mínima controversia o espíritu crítico, a apreciar la riqueza del bosque en una dimensión integral de lo biológico y lo “divino”, aprendí a identificarme y reconocerme tan indígena, tan ribereño y amazónico como todos. Esta auto identificación, lamento, no es socialmente compartida ni tampoco aceptada; en distintos espacios de intelectualidad respetable incluso, la separación entre “ellos” y “nosotros” es común. Esta observación de la forma, ¿es importante?
En toda comunicación, el sentido de pertenencia a determinado grupo, nos identifica con sus objetivos e intereses y, en determinadas circunstancias, nos contrapone a los intereses ajenos y distancia de la búsqueda de intereses comunes.
La convivencia en un país pluricultural es naturalmente un camino bastante complejo e históricamente accidentado, donde las civilizaciones más fuertes buscaron y encontraron la forma de imponerse sobre las débiles y menos privilegiadas; en oscuras épocas se vieron incluso reducidas a instrumentos de trabajo y explotación, por lo que podría afirmarse que nuestra sociedad actual es producto de un sangriento y doloroso mestizaje que no debemos olvidar para jamás repetir el plato.
En la actualidad se ha añadido la globalización y la tecnología a este coctel reduciendo la distancia entre las personas, facilitando la comunicación y el acceso a servicios básicos. El Estado por su parte, en el marco de los derechos constitucionales y el cierre de brechas de acceso a los servicios básicos para la mejora de la competitividad, ha rediseñado sus esfuerzos por llegar a más lugares y personas para brindar las herramientas mínimas para que una persona logre su propio desarrollo y bienestar. ¿Pero qué ha pasado con las personas?
Mientras nos encaminamos a encontrar respuesta a esa pregunta, nuestros ríos siguen muriendo ante la pasividad de unos y todos, nuestra riqueza biológica extinguiéndose y las posibilidades de bienestar agotándose. Representantes continúan intentando un diálogo bañado en violencia, secretismos e impunidad; empresas remediadoras y ex directivos petroleros cada vez más ricos, al igual que patrimonios insospechados de líderes comunales que se bañan en sangre y lágrimas de inocentes personas cuyos intereses representan.
La solución es, por decir lo menos, compleja y progresiva, los métodos y canales comunicación deben reformularse, al igual que hacer respetar el imperio de la ley para sancionar delitos, falsos liderazgos y empezar a rechazar cualquier condicionamiento al diálogo. En ese mismo sentido propongo iniciar el proceso desde la reflexión sobre ¿cómo nos identificamos? ¿Quiénes somos “nosotros”?, si alguna vez hemos sido aliados de la convivencia o por el contrario hemos aportado a marcar diferencias sintiéndonos ajenos y contrapuestos a los “otros”. Los invito a sentirnos personas que comparten un mismo ecosistema, custodios (y no propietarios) de la basta riqueza amazónica que disfrutamos todos.