El colectivo local que patrocina el Concurso Mundial de la Edad Avanzada emitió un comunicado de prensa declarando nulo el certamen. Como es de conocimiento público, Iquitos se convirtió este año en la sede de tan interesante competencia que mide la resistencia a la muerte, el cuidado del cuerpo y la salud y la negativa a dejarse aplastar por los años con sus desengaños. A la ciudad del Dios del amor, al gato en la despensa, a freir en sartén de palo y a otras desviaciones evidentes, arribaron entonces los más ancianos de todos los rincones de la tierra. Los pronósticos daban por segura ganadora a la señora Jeraleam Tolley, que nacida en Georgia vino de su casa en Michigan, cargando los largos y arduos 115 años de su vida.
Era imposible que hubiera competencia para tan vital dama que no usaba bastón, ni permitía que nadie la ayudara en nada y, todavía, tiraba su ritmo como una adolescente. Los apostadores, los expertos en esa competencia, estaban seguros que ella iba a obtener el primer lugar y a llevarse el dinero sonante y contante. Pero surgió, de improviso, un competidor aplastante que, documentos en mano, demostró que tenía un poco más de 700 años. Ni desde lejos ni desde cerca el aludido podía tener tantos años, pues hasta carecía de cabellos blancos, de arrugas como surcos y de patas de gallo escarbador y otras evidencias de la tercera edad.
Pero los papeles mandaban y esos papeles estaban sellados, firmados, oleados y sacramentados. Los partidarios de la anciana norteamericana de 115 años pusieron el grito en el cielo. Los miembros del comité organizador del concurso matusalénico trataron de hacerse los locos, forma de conducta común en el medio, pero intervino el presidente Barack Obama. Este mismo, en el aeropuerto Secada, propuso la prueba del ADN, que no es una banda melenuda de rock lento, sino algo serio que tiene que ver con el código de la vida.