La condena de los rios

La guerra del agua es antigua en el mundo y enla Amazoníacomenzó hace tiempo. Empezó en la colonia cuando los navegantes orellanistas aparecieron en el horizonte sin pedir permiso, sin saber que invadían propiedad comunal. En forma increíble, esos forasteros creyeron que el Napo, el Amazonas y otras aguas no tenían dueños ancestrales. Continuó cuando las pestes contaminaron con muerte los ríos. No se podía beber esas aguas pervertidas. Tampoco se podía navegar por entre cadáveres que viajaban hacia la nada. La huida de la aldea, la prolongada navegación sin retorno, la búsqueda de otras tierras, de otros refugios, era entonces la única salida. En estos tiempos, cuando el agua se ha convertido en algo mejor que el oro, esa guerra continúa en la maraña del Perú.

El tiempo puede pasar pero las aguas selváticas siguen amenazadas A los ríos ya contaminados, como el Pastaza, el Nanay, se suman ahora otras aguas donde se realizará explotación petrolera o extracción minera. Dichos ríos serían el Marañón, el Santiago, el Napo y otros. Algo así como 300 comunidades amazónicas, aldeas integradas por hombres,  mujeres y niños,  se verán involucradas en un feo asunto, el asunto que convoca la protesta generalizada de los que son directamente afectados. Es decir, de los que reciben poco a cambio de los bienes naturales que se extraen.

¿Es imposible imaginar entonces un futuro inmediato sin aguas contaminadas, sin seres afectados, sin víctimas de las ganancias ajenas, sin seres que pagan un precio por la extracción de las riquezas del suelo o el subsuelo? ¿Es imposible entonces soñar con una Amazonía libre de tormentos, de torturas, de contaminaciones? ¿Es imposible pensar en un porvenir sin reclamos y sin protestas donde los beneficios de las ganancias se distribuyan equitativamente? Así las cosas, tantas vidas parecerán  ríos que van al mar de la muerte,  como decía el poeta? ¿Esos mismos ríos no podrán  navegar hacia la vida?