La desventurada guerra electoral del 2014 fue suspendida hasta nuevo aviso. En el peor Perú todo salió al revés y al través no debido a las sucesivas denuncias contra los candidatos, sino porque los votantes perdieron el norte de las ánforas. Lo cual significó que la mayoría andaba en el campo travieso de lo informal en lo referente a sus documentos. Era increíble que tantos tuvieran caducados hace décadas sus dnis y no habían realizado ninguna gestión para nivelarse debido a las abundantes colas diarias.
Cuando fueron impedidos de votar, en vez de admitir su error y de pedir disculpas, armaron una pendencia inmediata, impugnando a los miembros de mesa, denigrando a los candidatos y rompiendo las ánforas. En otras mesas de votación, muchos pretendieron sufragar con sus libretas electorales que desde hacía años ya no se utilizaban, y ese mismo momento presentaron una acción de amparo porque los miembros de mesa no les aceptaron la pendejada de votar. El caos fue peor cuando se notició que muchos ciudadanos votaban donde no les correspondía. Así, por ejemplo, del Alto Tapiche hombres y mujeres viajaron días enteros para votar en la frontera con Colombia.
El votador o votante entonces no era esa joya que decía y cuya expresión mayor era criticar a los políticos. Las cedulas de sufragio quedaron vacías hacia el cierre de la jornada electoral y se tuvo que quemarles porque no servían para nada. Así todo se postergó y después de años hoy se viene convocando a nuevas elecciones sin la presentación de documentos personales. Todo se ha simplificado para favorecer a ese personaje fabuloso. Este fin de semana el nuevo votante cantará su voto como si se tratara de un bingo público, luego introducirá su dedo en agua tibia y cobrará 20 nuevos soles por perder su tiempo.