El negocio del circo en el Perú se hizo trizas luego del atentado que sufriera la carpa de un conocido cómico. Las personas ya no quisieron asistir a esos lugares debido al temor que les dominaba de ser alcanzados por esquirlas de alguna granada de guerra. Las funciones se hacían con salas vacías. Nadie puede trabajar a perdida y entonces los circos empezaron a cerrar. Nada anormal ocurría pues conocidas figuras de la comicidad, del vedetismo, cerraban sus locales. La cosa cambió cuando se descubrió que unos congresistas salientes también cerraban sus carpas.
El negocio del circo propio se había convertido en una bonanza económica para muchos, pero nadie había sospechado que unos parlamentarios, que unos Padres de la Patria peruana, tuvieran la peregrina idea de montar sus circos para ganar algunos soles más. Era como si en los curules no ganaran lo suficiente. O como si la angurria por el dinero fuera más fuerte que cualquier decencia. Eran tantos los congresistas que se habían metido a cirqueros que el parlamento quedó vacío cuando hubo una reunión para que se fundara la Asociación Nacional de Cirqueros. La entidad no pudo evitar, sin embargo, el cierre de tantas carpas. En la ciudad de Iquitos también hubo cierre de algunos circos hogareños. El más sonado fue la clausura del circo andante y ambulante del señor Guido Coronel.
Como todo el mundo sabe, el aludido no dejó nunca de actuar regalonamente como si su función fuera repartir caramelos a diestra y siniestra. En la era del auge de los circos, fundó su propio circo a nombre de Fernando Meléndez para entretener a la platea con funciones gratis. Pero la falta de público le jugó una mala pasada y tuvo que cerrar la carpa, esperando nuevos y mejores tiempos. Para remediar la situación se dio al deporte de seguir regalando caramelos en diferentes lugares de la vasta región verde.