En extenuantes jornadas de labor de picapiedrero, con el apoyo de consumados albañiles, herreros, cerrajeros, combeadores y demás miembros de la construcción civil y militar, el gobernador Fernando Meléndez cerró el local lácteo del Gobierno Regional de Loreto. La medida desesperada había sido anunciada con bombos y platillos y con mucha anticipación para que la gestión de Ollanta Humala tendiera una mano para capear la brutal crisis regional. Y como no había una respuesta contundente el líder del Mil decidió cumplir con su amenaza. Simplemente clausuró toda entrada y salida de dicho local, tapiando puertas y ventanas, clausurando oficinas, trancando escapes y, finalmente, construyendo un muro perimétrico.
En su afán de protesta radical quiso involucrar a algunos municipios provinciales y distritales para que también cerraran sus locales para que la presión fuera más contundente. La unión tenía que hacer la fuerza. Aunque ningún alcalde le hizo caso, Meléndez consideró que su medida iba a rendir sus frutos en cualquier momento. Pero el oficialismo no se enteró del encono y no entregó ni un céntimo ni siquiera como consuelo. El gobernador del Gorel, sin su local, sin su oficina personal, sin sus asesores, sin sus trabajadores, sin sus porteros, sin nadie a su costado, no era ubicado en ninguna parte. Debido a lo cual se generó un peligroso vacío de poder provinciano. En ese caos don Fernando Meléndez pretendió recuperar la planta lechera. Pero era demasiado tarde.
Porque los operarios habían hecho un trabajo de profesionales al clausurar dicho local. Nadie podía entrar ni a golpes de piedras, ni a punta de combas, ni con la fuerza de tractores o aplanadoras. La sede láctea era un antro invulnerable. Y Fernando Meléndez no pudo entrar ni en broma a su antiguo centro de trabajo. Recién supo el aludido que gracias a sus pocas luces se había derrocado así mismo.