En una nutrida ceremonia pública, que contó con su discurso y su parrillada, fueron juramentados los miembros encargados de limpiar la ciudad de Iquitos. Se trataba de un nuevo contingente de barrenderos que incluían a todos los ciudadanos mayores de 18 años. Estos recibieron sus armas esenciales para desempeñar sus funciones de emergencia debido a que la empresa contratada últimamente no realizaba una buena labor. Estas armas eran unas frondosas escobas que estaban obligados a llevar a todas partes, pues la basura estaba en tantas partes.
El espectáculo de ciudadanos portando escobas por las calles y en las oficinas se volvió proverbial en la ciudad. Ello implicaba que cada uno de esos ciudadanos tenía que utilizar su arma esencial cada vez que se topaba con un montículo de basura, una colilla impertinente o cualquier cosa que debería estar en el relleno sanitario. En ocasiones, ante la abundancia de los desperdicios, los barredores se demoraban horas en realizar sus labores de limpieza. Pero donde más se notaba la presencia de las escobas era durante las parrandas realizadas del jueves a domingo. Los ciudadanos bailaban y bebían sin desprenderse de sus escobas pues en cualquier momento era detectada una montaña de desperdicios.
La ciudad de Iquitos pronto ganó fama y renombre entre las urbes de la tierra debido a sus escobas. Muy pronto la basura dejó de ser un infierno, porque los escoberos eran tantos que no permitían ni la aparición ni la permanencia de los desperdicios. Lejanos están ahora los días en que se hacían contratos con empresas que no cumplían con sus labores. Lejanos están los tiempos en que se pensaba multar a las personas que sacaban su basura a horas inadecuadas. Lejanos están los días en que se debatía sobre el relleno sanitario mal ubicado. Es decir, las escobas en manos de muchos, acabaron con esa pesadilla que venía del pasado.