La ciudad de la ficción
En el museo de las ciudades de la ficción, las novelas rescatan sus piezas y hacen de ellas elementos vivos para darle vida a esas historias que tanto cautivan, encantan y desilusionan con su horrendo aspecto. Las ciudades de las novelas post moderna existen no solo en la ficción sino que ellas pretenden ser fieles a aquella desilusión que el escritor recrea a partir de su contacto vivo. El escritor no altera el aspecto de las ciudades, sino que es fiel retratista de lo que un día fue y seguirá siendo y que simplemente los ojos humanos se niegan a ver sino solo en las novelas
Los elementos de aquellas ciudades son sus personajes muchas veces géminis, con sus vidas tumultuosas, llenas de contradicciones, debatiéndose interminablemente entre la luz y la oscuridad. La ciudad con sus seres con destinos desgarradores en plena lucha humana con sentidos verdaderos que están llenos de pura ansiedad. La ciudad se pinta de un color, de una forma, gracias a sus personajes. La ciudad no existe sin aquellos seres que habitan en la gelatinosa, insensata, gigantesca y laberintosa existencia, sintiendo siempre la necesidad y la ansiedad de un orden puro que lo lleven a existir como uno solo, de una existencia con estructura de acero, pulida personalidad y nítido inconsciente. Esa ciudad de caos en el que se debaten los personajes son encrucijadas que solo la escritura absoluta de las novelas permite expresar el caos en el que se debaten las miles de personalidades que nadan en el mar de la ciudad post moderna y laberintosa. La escritura novelesca no solo permite la liberación de esos seres de la ficción que, obsesionados por representar los miles rostros laberínticos que le da el escritor como expresión del caos de la propia humanidad en decadencia, llevan a elevar lo más alto de su pesimismo y su espíritu de alta tristeza.
Sus calles de aquellas ciudades novelescas, se entretejen con la ficción, con sus mañanas meditadas graves en sus barrios, donde sus seres solitarios abundan en sus calles y cavilando sombríamente en dolores existenciales, siempre terribles esos hombres que se creen absolutos, pero que solos, en ellos hay el reflejo de un rostro trágico y menos sagrado que se matiza con lo horrendo y lo vergonzoso. La ciudad de las ficciones siempre tiene una máscara para sus personajes que nunca es la misma y que cambian en cada ocasión por donde la ciudad les arrastra. Pero la única máscara que no pueden reemplazar los personajes es la que se muestran en la soledad donde la intimidad del consciente ataca los personajes y dejan de ser entonces héroes en la ciudad. Entonces el carácter de los personajes en sus instantes sagrados de su soledad se encuentra frente a la propia divinidad que resulta ser el punto final de los laberintos y oscuros caminos, casas y calles de la ciudad.
Los mapas de la ciudad en las ficciones trazan genealogías febriles, donde lo viejo es sinónimo siempre de decadencia que se reflejan en esas calles plutónicas o en sus casas ciegas, deterioradas, con sus herrumbradas rejas. Residencias viejas que viven en las ficciones rodeados de una ciudad acentuada en una atmosfera de decadente espiritualidad.
La ciudad entonces no es alterada por sus casas, ni sus personaje, sino que ellos complementan esa ansiosa realidad ficcionaria que hace creíble que nuestros mundo no es nada diferente de aquellas ciudades de la ficción. La diversidad de sus complejos personajes, de sus vejestorios, horrible y hermosas casas, de sus calles llenas de atmosferas pesimistas y oscuras, hace que la novela sea nuestra propia realidad.