En la esquina de las calles Próspero con Morona aconteció el terrible accidente entre 2 enormes camiones que transportaban 48,000 botellas de rebosante cerveza. La colisión produjo un ruido como de estallido y luego se expandió un rio de espuma como un colchón que invadió las calles adyacentes. El aroma de la cerveza pronto afectó las fosas nasales de los moradores del lugar y de los transeúntes que caminaban por la cercanías del incidente. Algunos, los más acostumbrados a beber licor empezaron a sentir que les llegaba un nuevo tipo de mareación. El espectáculo contiguo al accidente se convirtió así en una especie de bar donde era pertinente hacer el salud correspondiente.
Los conductores de ambos vehículos sufrieron golpes que les produjeron contusiones y heridas. Ambos se desmayaron y no pudieron ver lo que ocurría con el botín de cajas y de botellas. En vez de auxiliar a las víctimas del choque muchas personas se dedicaron a apoderarse de cajas o botellas regadas en la pista. El ansia de saqueo fue tan intenso y tan perturbador que algunas personas, de apariencia seria, serena y honesta, contrataron carros para meter la mayor cantidad de cajas y de botellas y huir con rumbo desconocido. En poco tiempo, mientras los policías o los serenos, brillaban por su ausencia, los avezados acabaron con toda la dotación de cerveza de ambos vehículos.
Después se convirtió en una tarea ardua recuperar lo saqueado, porque esas cajas fueron a parar en diferentes lugares de la ciudad. Nunca se pudo recuperar todo el botín de la espumeante cerveza. Luego de las investigaciones, de las pesquisas, de los decomisos, de los allanamientos que se hizo en toda la ciudad, apenas se pudo recuperar la tercera parte de lo robado. Para siempre será un misterio el lugar o los lugares donde se fueron a parar tantas cajas y tantas botellas.
El escritor no inculca alguna lección, sino que proclama el «misterio» del destino de la «cerveza saqueada».
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