La celebración perdida
Es bastante extraño que en un lugar donde todo se celebra, con bombos y platillos, con surtidos licores, con gastos del erario público, haya pasado desapercibido un festejo de veras importante. Importante para el gusto del paladar, para el progreso avícola, para el prestigio de la vasta gastronomía nacional. Todo fue silencio en tantas partes. Así, por muy alertas que estuvimos, no escuchamos ni pío, no fuimos invadidos por alguna patriótica declaración, no vimos ni una mesa servida con rebosantes preparados este domingo pasado, mientras en otras partes del Perú se desbordaba la plumífera celebración del Día del Pollo a la Brasa.
El hombre de tan buen diente, buen bebedor de su vaso de cerveza durante sus inauguraciones y ceremonias oficiales, el que gasta una fortuna en sus abundosos desayunos palaciegos, don Alan García Pérez, ha inventado ese día de la yema del gusto cocinero, en homenaje a la criandería galponera, a la asada carne dorada y crocante que tiene tanta aceptación en el país. ¿Quién no ha comido su pollo a la brasa, su cuarto de pollo, su octavo de pollo? ¿Quién no quiere comer esa agradable carne tan bien condimentada, por más que ciertas personas hablen de hormonas peligrosas para la salud? ¿Quién renunciaría al chifa de la esquina y su oferta con plátano o con papa?
En nuestra ciudad, lejos todavía del Perú, más lejos de la dinámica del oficialismo, ningún afanoso pollero, ningún dueño de surtida pollería y ningún fanático consumidor del pollo asado a la brasa, dijo algo. Ni siquiera el señor Jorge Monasi, que hace poco regalaba pollos pequeños a los posibles votantes, hizo alguna feria suculenta con esas apreciadas carnes ya criadas, ya crecidas. Es decir, todo pasó como si nada. Pero el pollo a la brasa nuestro, el populoso pollo a la brasa, que nos puede identificar más que el chicarrón a la salchicha, merece por lo menos una reflexión sobre lo que comemos los iquiteños.
Propongo que se celebre el boquichico a la brasa.
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