En las esquinas de cualquiera de las calles centrales de Iquitos hay, desde hace tiempo, un hombre robusto y mal vestido que pide limosna con una inusual voz de mando. Desde tempranas horas de la mañana hasta bien entrada la noche, el pordiosero ejecuta su jornada de limosnero habitual y no vacila a veces en agredir a las personas que pasan de largo, mostrando una indiferencia a sus clamores en la intemperie. Luego, gracias al consuelo y la intervención de algunos parroquianos, el citado vuelve a la calma. Y después se va de prisa a visitar algunas casas con el fin de recaudar la mayor cantidad de dinero. Pero lo extraño del hecho es que luego de su jornada se va a los lugares más pobres de la urbe a repartir el dinero que ha ganado. Un poco de dinero queda en sus arcas para realizar sus exiguas jornadas de alimentación y el pago de cuarto en una casa destartalada. Así repite el mismo hecho todos los días, mientras espera que las autoridades electorales le otorguen el permiso para postular a la presidencia de la república del Perú y sereno.
El pordiosero es el señor Daniel Urresti, el hombre que tuvo la brillante idea de no cobrar ni un céntimo durante sus labores de congresista. Pero, lamentablemente, fue sacado de la contienda debido a unos errores suyos y ya no pudo trabajar gratis entre los curules. Luego de su exclusión decidió renunciar a su pensión de jubilado de la policía y dedicarse a la mendicidad en las calles principales de Lima. De esa manera fue notorio ver a ese hombre que desde entonces dijo que quería ser mandatario de este país. Desde entonces, sin dejar de dar los pobres la mayor parte de lo que recauda como pordiosero, no deja de recorrer el país realizando su jornada de recaudación de dinero y de campaña para la presidencia, anunciando con bombos y platillos que en caso de llegar a la casa de Pizarro no cobrara ni un céntimo. Es decir, trabajará gratis en nombre de la austeridad y del ahorro nacional.
En estos días el pordiosero inusitado, el mendigo de todos los días, se encuentra en Iquitos haciendo de las suyas, causando un verdadero alboroto entre los noveleros habitantes de esta urbe calenturienta y bulliciosa. Desde su arribo a la isla hay una fuerte campaña de los políticos de todo pelaje y filiación que tratan de desprestigiarlo por su manía de trabajar gratis, de no cobrar ni un penique, echando a perder el gran negocio de la política que es justamente fajarse de plata.