La bronca de las cavernas 

En la desesperanza de  nuestro percudido ser regional,  resuena la bronca encomandita, compartida, tripartita. No conocemos tiempo de sosiego entre los próceres de tres por cuarto de esta patria pequeña y dividida. De esta isla fragmentada, sin plebiscito conocido y sin agenda de acuerdos perdurables. En la clase dirigente de ayer y de hoy hay como un encono genético, una bronca anterior a cualquier consenso. Esa desavenencia es ya una torcida tradición. El  caciquismo no tiene vergüenza en el rostro y gusta de alardear de sus desencuentros, desacuerdos y antipatías.

El congresista Leonardo Inga, que en verdad no le ha ganado a nadie,   y el alcalde Juan Mesía Camus, que tampoco le ha ganado a nadie,  son los últimos caudillos pequeños que han armado su trifulca, su pugilato. Se vienen dando con todo, como suele decirse.  De alma se dan ante la vista e impaciencia del pobre elector que tiene siempre la ilusión de un cambio a la vuelta de la esquina. La desprestigiada clase política no hace nada para mejorar su imagen ante el respetable que está obligado a emitir su voto cada cierto tiempo. El congresista Inga y el alcalde Mesía parecen salidos de las peores cavernas de nuestros dinosaurios tropicales.

El ejercicio del poder, más si es minúsculo como el de un parlamentario o de un alcalde, no puede ni debe servir para ejercer vanidades descontroladas, protagonismos mediocres y mediáticos, liderazgos sin seguidores.  En vez de cruzar insultos o sutilezas, el congresista de marras y el burgomaestre de más marras deberían pensar que lo que más nos sobra son  desacuerdos, desavenencias, mutuos ataques. En vez de pelear por cualquier bobería, nuestros pobres y tristes próceres deberían pensar en un plan mínimo y máximo de gobierno regional como una llave maestra para traer algo del futuro que ya se está yendo hacia otras costas y playas.