LA BATALLA DE LA SALA DE BAILE

En estos predios nada pacíficos, ni tan calmados, pueden desatarse los quilombos más extraños, más insólitos. Desde antes es la cosa. Así un alcalde bronquista y ambicioso podía olvidarse del vecindario y alzarse en armas, en cruce de balas contra cualquier prefecto. Este tenía que sacar los efectivos para frenar o acabar con el atrevido de la comuna. Para construir cualquier cosa, un mercado, por ejemplo, primero tantos tenían que sacarse la madre y la mugre. Un burgomaestre de estos tiempos puede salir en la madrugada a tratar a la mala de cerrar un local, como si no hubieran serenos pagados. Una fiesta desbordante, la de San Juan, puede desatar enconos entre las autoridades.

En ese panorama de furias mutuas, se inscribe la rebeldía de una sala de baile actual que nada quiere saber con la acción edil. Los dueños del Agricobank parece que viven en una isla desconectada, en un mundo hecho con leyes especiales para que hagan lo que les da la gana. La Municipalidad de Maynas, aduciendo  razones de peso, decidió clausurar dicho centro de diversión. Los vecinos y vecinas estaban contentos porque iban a dejar de padecer el ruido insoportable de siempre. Pero, hete aquí que el local abrió sus puertas hace poco. Así nomás, porque la lluvia es gratis, porque el aire no cuesta. Los ediles volvieron a cerrar la puerta pero la cosa parece que recién empieza.

No nos extrañaría que entre nosotros se hubiera desatado, silenciosamente, como sin querer queriendo, la batalla de la sala de baile. Ojalá nos equivoquemos pero parece que ocurrirá lo de otras veces, en que los dueños de una sala de bailongo se niegan a obedecer a la autoridad edil. Así son las cosas por acanga y luego unos paltos siguen hablando de que esta urbe se parece a Macondo. Nada que ver. En ese condado gabista las cosas eran más simples, más normales, salvo algún exceso.