LA ALCANTARILLA DE UN ALCALDE

El burgomaestre del populoso Belén, don Hermógenes Flores, tiene que poner la barba, el bigote, las cejas, los vellos, los pelos demás y los cabellos en remojo. No le queda otra en esa dramática coyuntura de su pésima gestión. Debe ponerse las pilas y los fusibles y arrojar al tacho su malogrado, matraqueador y mogrentado motor del subdesarrollo y de inmediato correr, escoba en mano, pichana terciada al pecho o arrastrando aspiradora de plástico, hacia ese pobre colegio estatal, de la Zona Baja, que  hace sus clases cerca a un enorme basural. El burgomaestre de marras deber hacer eso ya antes que la sangre llegue al río o antes de que ocurra una desgracia que sería más que lamentable.

Es absurdo, es denigrante, es horrendo, que los estudiantes de ese lugar, los profesores de ambos sexos, hagan clases agarrando sus narices para escapar de alguna manera de los malos olores que arroja ese cerro que desde hace tiempo se ubica cerca de ellos y ellas. Las cartas, los memoriales, las peticiones, dirigidas desde hace tiempo a la municipalidad belenina han caído en saco roto. Nadie les escuchó y la basura crece día a día. Aumenta como una burla o un insulto a la razón de las aulas escolares. Esta bien que la educación no signifique nada para esa autoridad edil, pero es demasiado que se haga el loco ante una petición que tiene que ver con la sanidad pública.

El crujiente, malogrado e irreparable símbolo de la gestión de ese alcalde increíble tocó fondo, encontró la alcantarilla. Que no haga nada para arrasar con la basura de cerca a las aulas donde estudian seres humanos con derechos elementales, es todo lo que se necesita para lapidar a esa autoridad increíble. Para pedir una ley de cese automático de sus funciones. Una revocatoria de facto, sin políticos manipuladores u oportunistas que viven de la angurria de los demás por el pequeño o gran poder.