LA ADVERTENCIA DEL PISTOLERO

En el folclórico ambiente de la política pizarrina o perulera, donde abunda la picardía y la picaresca, el hombre apareció esgrimiendo un amenazante, peligroso y castigador chicote. Entonces andaba en campaña y la evidencia de ese objeto listo para la tunda, para sacarle la madre, la suegra y la mugre, a los otros, los adversarios, podía prestarse a la broma cervecera, a la carcajada en la cafetería, pero era una advertencia de las verdaderas intenciones de ese candidato de armas tomar que pretendía arreglar las cosas con una reverenda paliza. En el país del partido propio, no se quedó atrás y fundó su movimiento y postuló a una alcaldía, alcanzando la derrota. Chicote de por medio, aspiró a sentarse en un escaño congresal, volviendo a perder. Y, recientemente, fue derrotado una vez más después de meter bala a un alcalde de la peruanía.

El castigador chicote de Cecilio Pérez Valencia, varón de 58 años, militar jubilado, candidato sin suerte, plomeador de última hora, sicario de sí mismo, quedó en el rincón del olvido, en el cuartucho de las cosas inútiles, en el relleno sanitario. Y fue reemplazado, con alevosía y ventaja, por una contundente pistola marca Ranger. El arma nunca apareció como símbolo en las campañas perdidas de Pérez Valencia y la broma de la paliza simbólica a las malas autoridades, de los castigos imaginarios a los corruptos, se acabó entonces de un solo golpe. Y la política nacional adquirió el vértigo del atentado, de los disparos, de los heridos. Es decir, de la violencia declarada, episodio que nos amenaza desde hace tiempo.

Excéntrico matador o no, perturbado mental o no, desquiciado ajustador de cuentas o no, practicante de tiro al blanco equivocado o no, este Cecilio Pérez Valencia no es cualquier cosa. Es algo serio. No es como algún alcalde local que arma lío en la madrugada o que insulta a una ciudadana, o algún opositor de estas riberas que pinta en la pared su deseo de matar al rival político. Es un adelantado de lo que puede pasar en este país, siempre violento. La balacera que desató fue como llevar a la práctica lo que tantos harían con el otro, con el adversario político. La ejecución de sus rencores debería advertirnos lo que puede pasar en este país nada pacífico.