Por Marco Antonio Panduro
La película Kinra del cusqueño Marco Panatonic que muy pocos ojos, por el momento, la habrán visto, acaba de hacerse con el máximo galardón del 38 Festival de Cine de Mar del Plata, el Astor Piazzolla de Oro para la competencia internacional.
La película, según la crítica, «desafía estereotipos» tachonados estos a los andinos. Es un testimonio visual de la lucha de la identidad» y es una poderosa afirmación de lo identitario.
Su director ha sabido manejar una «puesta en escena potente que permite observar la humanidad de los personajes». Kinra, la película, va a contracorriente «con la representación pintoresquista y turística de Cusco», y más bien muestra la vida cotidiana en barrios precarizados, lejos de la imagen idealizada de la ciudad.
En Facebook, a poco de anunciada la noticia., una usuaria se pregunta por el sonoro silencio de los grandes medios nacionales. Y cree que si el merecedor del galardón hubiera sido alguien de aquellas productoras limeñas la cobertura sería otra, «sendas notas, reportajes de cómo filmaron o en qué se inspiraron para filmarla»
Señala, además, que la película, pese a ser ”Made in Cusco”, tampoco ha tenido reconocimiento por parte de las autoridades cusqueñas y cree que estas y los aplausos están mejor dirigidos, sintomáticamente, para extraños y foráneos.
La pregunta salta por sí sola, ¿qué valor tiene el reconocimiento de un político, de una autoridad de las de hoy? Ya hemos visto aquel atleta en canotaje, Eriberto Gutiérrez – bronce en el podio en los últimos Panamericanos– que tira la medalla del falso homenaje de un alcalde que, cuando estaba muy lejos su hazaña, le había negado su apoyo.
«Es llamativo que al no ser Panatonic parte del círculo no reciba atención mediática nacional. ¿Cuántos egresados de las facultades de las prestigiosas Universidad de Lima, PUCP, entre otras han ganado este premio?», se lee este cuestionamiento en el post, un poquillo como sacando cachita. Algo así como que el talento no se compra ni en la bodega tampoco en la universidad.
El artista plástico loretano Gino Ceccarelli, en alguna entrevista cuenta que durante su experiencia como profesor en Bellas Artes de Lima, tanto andinos y amazónicos cuando de pintar se trataba, la tenían clara. Los primeros iban por sus montañas y lagos; los segundos, por sus ríos y purmas. En el caso del costeño, del limeño en específico, esta suerte de identidad inmediata con el entorno era más difusa, tibia, poco identificable, y más cercano a lo alienante.
En la publicación en Facebook se lee además que este silencio, la de no publicitar ni difundir Kinra se explica porque el director no pertenece a esos circulitos de la “gentita”, que no es blanco y otros “defectos” para que lo pongan en portada o hagan sendos reportajes de sus clásicas revistas: Somos, Cosas, etc. «Esa es la realidad de las comunicaciones en el país: mezquina y racista. Esperen unas semanas y verán», termina diciendo.
Debe ser la misma queja de siempre –aunque entendible y justificable– que de manera inconsciente y consistente le hacen flaco favor, en este caso, a Kinra, la película en mención, y a cualquier novedad cultural que venga de algún lugar fuera de Lima, pues no requiere de tanto esfuerzo aguzar el ojo para percatarse que el post en Facebook está hablando en torno a la película y no sobre la película. Caer en la queja, por más bien intencionada que sea, significa no pocas veces caer en el error, en el mismo error sintomático y caer las quejas en saco roto.
Pero, ¿socialmente qué desata en el imaginario de un iquiteño la ciudad de Cusco, y en el sentido inverso, cuál es la representación de Iquitos, culturalmente, para un cusqueño?
Hay un bache, un precipicio profundo de incomunicación entre estas dos orillas cavada por una afilada lampa cuya marca es el centralismo y cuya función ha sido la de apisonar un centralismo mental, sobre todo, que parte, justamente y contradictoriamente, de los centralizados, de los oprimidos, de los excluidos.
Que Lima maneje, desde tiempos virreinales, los hilos políticos-sociales-económicos-culturales no quiere decir que esté escrito sobre piedra. De ahí que las iniciativas de gestores culturales por entablar puentes entre Cusco e Iquitos, Iquitos y Cusco, que es solo un ejemplo de las varias salidas y llegadas, de estos pasajes ida y vuelta que deben ser ofertados por los actantes involucrados. Evitar el peaje limeño debería ser una prioridad.
La nuestra, la realidad en la cartelera iquiteña va por un menú que ofrece como entrada blockbusters, como postre blockbusters y hasta el plato de fondo y el refresco son blockbusters. Como en los conos de Lima, incluso siendo películas “chatarra” llegan a Iquitos en formato de dobladas; es decir, la posibilidad de ver una película con las voces originales y subtituladas no existe en Iquitos, porque Iquitos también es un cono, pero un cono del Perú.
Pero esta cadena de distribución de solo entretenimiento y solo entrenamiento se escuda en que a la gente le da pereza leer los subtítulos. Esta aseveración es por ejemplo otro estereotipo, dar por sentado algo y una nula apuesta por algo más edificante y superior, un estereotipo vertical que desnuda visiones supinas.
Pero, ¿y qué si Kinra, la película, no llega a ojos limeños de una ahora capital hipermixta que niega sus orígenes? ¿Para qué más si fue premiada en Argentina en un prestigioso festival, en la máxima categoría, y en un medio donde la industria del cine le saca cuerpos y cuerpos de ventaja a un círculo limeño que cree dar la hora en una provincia llamada Perú?
Si esta película, Kinra, por algún azar tiene éxito en taquilla, toda queja y juzgamiento anterior no se habrá dicho. Pero de darse lo predecible, quedará para unos pocos que se agenciarán para verla. Y como sucede con algunos libros universales que se fueron pasando de mano en mano, tal vez Kinra, comience a correr de boca en boca.