SINCERIDAD PROCAZ
Promoción XXXV – Colegio San Agustín, Iquitos
El pedido de escribir unas líneas sobre el R.P. Maurilio Bernardo Paniagua me encuentra a la mitad de la lectura de un libro llamado “El Manuscrito Carmesí”, que curiosamente contiene la siguiente frase: “Es preciso que el presente se transforme en pasado y que nos distanciemos de él para entenderlo”. Está feliz coincidencia me lleva a pensar que si hay algo que se encuentra grabado a cal y canto en todos y cada uno de los estudiantes del San Agustín de mi generación es nuestra relación con los padres agustinos. Algunos los recordamos con gratitud, cariño y respeto. Algunos compañeros, justo es decirlo, no comparten el tono de estos recuerdos.
Ahí estaba Rodríguez de Lucas, inmutable y lejano director, con quien pocas veces podías intercambiar palabra. Estaba también el querido Silvino Treceño, con su inagotable energía y radiante personalidad que nos hacía considerarlo uno más del grupo de estudiantes. Estaba también Eugenio Alonso, que en los pocos años que nos acompañó en el San Agustín supo ganarse amigos y detractores por su estilo de imponer disciplina en aquellos jóvenes adolescentes que pretendíamos, algunas veces, llevarnos el mundo por delante.
Sin embargo, Maurilio supo encontrar el equilibro entre la cercanía que brindaba a sus estudiantes, alumnos, discípulos y amigos, con la severidad y la verticalidad que imponía su condición de sacerdote y directivo del Colegio. Su estilo muy castellano de decir las cosas sin pelos en la lengua fue alguna vez criticado por algún escandalizado padre de familia. Pero aquella sinceridad procaz, hoy a la distancia que nos dan los años y la geografía, sólo nos arrebata una sonrisa de asentimiento a quienes pudimos conocer un maestro y amigo, que, a su estilo, trataba de mantener a ese grupo inquieto de adolescentes dentro de los parámetros de la buena conducta y las normas en aquellos días.
Por una coincidencia del destino, escribo estas líneas desde España, su patria, a sólo un par de horas de Valladolid donde descansa eternamente. Así, es justamente la distancia la que transforma mi pasado colegial en presente, y me aúno a estas notas conmemorativas del 13 aniversario de la muerte de Maurilio, recordando su presencia con afecto, así como las enseñanzas que transmitió a generaciones de jóvenes colegiales que ahora, desperdigados por el mundo, lo recordamos en la justa dimensión de maestro y amigo y que siempre formará parte de nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.