Jorge Lanata vino a una conferencia para celebrar los 49 años de la Universidad Ricardo Palma. Lo visitamos en su cuarto de hotel. En medio de una imparable fumarola, nos habló sin pauta, sin falsa modestia, sin irse por la tangente. La confianza que nos dio, impuso el tuteo.
—A la gente le interesa más el fútbol que la política. ¿Debe preocuparnos o hay que aceptarlo y divertirnos?
Eso es bastante viejo y lo entendió Hitler cuando hizo las Olimpiadas. Lo entendieron los romanos con el pan y el circo. Hay momentos en que ese vínculo me parece sano y recomendable y otros momentos en que me parece enfermo y destructivo. Tengo una visión del fútbol bastante negativa y poco popular. Lo que veo en la cancha son 11 millonarios corriendo que le hacen creer a 100 mil tipos que pierden todos los días, que ganan a través de ellos. En realidad, no ganan nada y los millonarios sí siguen ganando.
—Lo más curioso es que encarnan los sentimientos de una nación mientras cambian de camiseta y juegan en clubes extranjeros.
Reparé en algo que me comentaron. No me di cuenta porque no veo partidos, pero la actitud de los jugadores hacia el público no es cercana. Bajan de los micros y no paran a sacarse fotos. Messi sí para, los demás bajan como con una sensación de asco.
—Por contraste con Argentina, dura con su selección que llegó a octavos, los peruanos recibimos a la selección como a héroes.
La sensación que me deja es que el Perú no ha tenido con el fútbol esta enfermedad que ha tenido Argentina. Los argentinos – esto ya es público– pensamos más de lo que somos y eso vale para el fútbol también. Al campeonato de Brasil llegamos cantándole “llegó tu papá”, cuando siempre hemos perdido con Brasil. En general, el deporte ha servido para tapar muchas cosas, como los campos de concentración. A la vez, tiene cosas muy reivindicables, como el trabajo de equipo, el ganar entre varios.
—Y da licencia para ciertos excesos. Pienso en Maradona.
El de Maradona es un show muy particular. Se le acepta casi todo. A Messi no, y ahora él es más importante.
—[Le comento el caso de Paolo Guerrero y el impertinente tuit solidario que recibió de Maradona]
El abrazo del oso. Ya me cansó un poco la novela Maradona. Ha vivido décadas enteras de los escándalos.
—Otra historia del fútbol: Hebe de Bonafini [líder de las Madres de la Plaza de Mayo] le dice a Macri que trae mala suerte.
La figura de Hebe poskirchnerismo se ha devaluado cada vez más. Y ha mostrado lo que es, alguien que puede pensar la estupidez de que Macri es ‘mufa’ [que trae mala suerte]. Es una de las peores cosas que hizo el kirchnerismo, que haya bastardeado a ese punto a los organismos de derechos humanos. Los prostituyeron y están todos con problemas con la justicia.
—¿Se judicializó el justicialismo [doctrina del peronismo]?
No es el justicialismo, sino el kirchnerismo. Cuando sale del poder, se separó del peronismo. Antes pasó con el menemismo. El peronismo está con el tipo mientras está en el poder. Ahora, el kirchnerismo será un 20% de la gente, no tiene candidato, no podría ganar una elección, pero puede desbalancearla.
—¿Cristina será detenida?
Lo vengo diciendo desde hace mucho. Ha habido una lentitud, provocada en parte por el gobierno, para no ponerla presa, pues mientras el mito de Cristina se mantenga vivo, les permite sostenerse. De hecho, piensan en el 19 [año electoral] que seguirá libre. Están atrasadas las causas. Ahora, si nos atenemos a los hechos más simples, no hace falta la ruta del dinero, solo con la causa del enriquecimiento ilícito, los bienes no justificados, estaría presa hace dos años.
—El político judicializado fuerza sus candidaturas para tener la coartada de la persecución.
Sí, puede perjudicarlo y blanquearlo. En efecto, Cristina sigue viva básicamente por eso. Si fuera por el peronismo, no le contestan ni el teléfono.
—Has sido tenaz y creativo en ese caso. ¿Te sentiste en algún momento obsesionado?
No. Antes de pelearme con los Kirchner, me peleé con otros presidentes. Ministros de Menem, de De la Rúa, renunciaron por nuestra culpa. No es personal. No puedo decir “odio a Cristina”. Más que odiar a Cristina, me da lástima, que es un sentimiento feo, porque implica cierta superioridad que no me gustaría sentir. Me parece una mujer sola, perdida en sí misma, pensando en el poder y no en la vida.
—¿Cuáles son tus antídotos para no dar rienda suelta al pensamiento conspirativo?
Es un riesgo que tenemos siempre. En general, tenemos el error de analizar la realidad con exceso de visión de microclimas. Pensamos que el microclima es la realidad. Eso nos lleva a frases idiotas del tipo “todo el mundo quiere que”, “todo el mundo está preocupado por”. Piensas que son importantes cosas que no lo son.
—¿El sentido del humor es un antídoto?
Totalmente. Es una forma de conocer, es parte de la inteligencia. Te acerca a las cosas de una manera crítica y divertida. Y otra cosa: no tengo una visión peyorativa del entretenimiento. Tengo la obligación de entretener.
—Entonces, no estás de acuerdo con “La civilización del espectáculo”, de Vargas Llosa.
En muchas cosas estoy de acuerdo con Mario. En esa no. Un monólogo lo ven desde niños hasta señores de 80. Tengo que tomar eso en cuenta.
—Las denuncias pueden incentivar al pensamiento antipolítico, el “que se vayan todos”. ¿Qué les dices a quienes piensan así?
Nunca tuve un discurso antipolítico, o antipartidario como los nazis o grupos de izquierda ultras. Lo menos malo y más real que tenemos son los partidos. Es importante bajar de la moral abstracta a la moral concreta: trabajar en un partido para que tu barrio, tu escuela cambien. Yo admiro eso.
—En la prensa estamos llenos de historias inconclusas.
A veces avanzamos y estamos meses delante de la justicia. Entonces no podemos seguir porque quedamos bicicleteando en el aire. Hay causas que duran 5 años. Por ejemplo, dijimos que a Nisman [fiscal que vio los atentados contra la comunidad judía] lo fusilaron.
—¿Crees que Cristina tuvo alguna responsabilidad?
Sí. No en el sentido de “maten a Nisman”, pero sí en el sentido de algunos cristinistas más cristinistas que ella que quisieron hacerle algún favor. Están los servicios de inteligencia de por medio, todo se emputece y va a ser difícil saber que pasó.
—Argentina es país de logros intelectuales y también de excesos. ¿Cómo lo siente un argentino como tú?
Los mejores tipos que interpretaron Argentina fueron dos extranjeros: un polaco, Witold Gombrowicz, y el otro, Ortega y Gasset. Ortega dice: “El argentino camina delante de sí mismo”. Tiene razón, somos así. Alguna vez escribí “Argentinos” y me llevó dos tomos de 500 páginas. […]. Somos muy inseguros. El argentino le pregunta al turista qué piensa de Argentina. El francés no le pregunta eso a un turista, le importa un carajo. Tenemos complejos de inferioridad y superioridad. No estamos seguros de ser los mejores del mundo pero actuamos como si lo fuéramos.
—El impacto de las redes sociales lleva a los medios a mostrar su valor agregado, pero también a competir con ellas en ligereza.
Después de la imprenta, Internet es el invento más importante de la humanidad. No hubo nada más democratizador. Estamos a 2 segundos de una biblioteca universal. Respecto a los medios, estamos en un momento de transición total. ¿Por qué terminaron siendo importantes las redes? Por nuestra culpa: porque a un tipo que tenía 50 seguidores le pusimos delante un millón de espectadores en TV. Le dimos la importancia que no tenía. Ya es tarde para corregir el error. Si te dicen “un tipo dijo tal cosa en el bar de la esquina”, ¿lo pones? No. Si lo dice en el Twitter, lo pones. Y está mal que sea anónimo, eso de la piedra en la multitud no me gusta. Quiero saber quién me insulta.