ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel “Yo no me sentía un latinoamericano cuando llegué a Europa: Era un peruano que soñaba con ser un escritor francés”. Palabras pronunciadas en el Hay Festival de Cartagena, Colombia, por Mario Vargas Llosa en enero del 2013. Esta ha sido una de las tantas veces que el Nobel de Literatura 2010 explicaba sus intenciones al llegar a Europa en los últimos años de la década del 50 y en donde, vaya curiosidad, encontró las obras de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes. Con los que pasó momentos inolvidables bajo el manto de la literatura “hasta que, como siempre, vino la política a introducir el veneno de la desconfianza”. Pero fueron “años muy emocionantes, de muchas ambiciones literarias y de gran amistad”. “Un país emboscado por el encono y ahogado en la incertidumbre recibe una noticia extraordinaria: un compatriota ya ilustre recibe un añadido reconocimiento, esta vez asociado a la inmortalidad del lenguaje francés. La distinción ensalza su monumental obra literaria, escrita siempre con la peruanidad en su sistema sanguíneo, haciendo universal un ya inexistente bar del jirón Huancavelica donde resonará por siempre una pregunta que trágicamente parecería definir a este país. Mario Vargas Llosa responde desde Madrid sobre su vida y sobre el Perú con la honestidad intelectual que lo define. Mientras tanto, la mezquindad, por si fuera necesaria mencionarla, tirita y balbucea, como siempre”. Este párrafo precede a la entrevista que Jaime Bedoya publica en el diario “El Comercio” el último domingo. Otros periodistas también han publicado -en redes y medios convencionales- divertidas y sentidas crónicas sobre Mario Vargas Llosa y el último reconocimiento otorgado: su ingreso a la Academia Francesa. Algunos, dentro y fuera del Perú, se han ocupado de la posición política y la vida privada del autor de “Pantaleón y las visitadoras” para restar mérito a este meritorio logro. Mientras viajaba por el río Ucayali allá por los primeros meses de 1983 en el barco “Jhuliana” que era una de esas tantas embarcaciones salvadas de la época del caucho un pasajero tenía entre sus manos la versión neerlandesa de “La ciudad y los perros”. Mientras se balanceaba en su hamaca yo hacía esfuerzos por ojear el libro intrigado por ese lector que desde Países Bajos se iba a Jenaro Herrera, precisamente el mismo destino. Bajamos para dirigirnos al centro de investigación del IIAP y durante cuatro días aprovechamos para hablar de la obra de Mario Vargas Llosa. Ahí comencé a imaginar la capacidad de la literatura. La potencia de su alcance. La fuerza de su acción. La fortaleza del apego a la lectura. La vitalidad que tiene la lectura. Y en esas características calza muy bien la vida literaria y biografía personal de Mario Vargas Llosa. Es tan buen escritor que quienes desean disminuir su aporte tienen que irse por su lado político y, cada vez con mayor frecuencia, por los vericuetos de su vida personal.Una persona que en su primeros años de escritor haya sido capaz de publicar “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Conversación en La Catedral” y “La guerra del fin del mundo”, como bien lo ha dicho Javier Cercas, no solo merece todo el reconocimiento, sino que tendría que ser motivo de orgullo para todo aquel que abrace la literatura como medio para vivir mejor, ya sea desde la escritura o desde la lectura, según sea el caso. Francia le debe tanto a Mario Vargas Llosa como él debe mucho a Francia. La Amazonía debe mucho a Mario Vargas Llosa como Mario Vargas Llosa le debe a la Amazonía. Iquitos debe mucho a Mario Vargas Llosa como Vargas Llosa debe a Iquitos tanto. La literatura hecha por Vargas Llosa ha tenido como materia prima la Amazonía y su gente, su historia y sus poblaciones. Es el premio Nobel que más ha escrito sobre Iquitos, es el escritor exitoso que más veces ha estado en Iquitos, es el creador literario que ha pensado permanentemente en la Amazonía para sus obras. Le debemos tanto a Mario, como él debe haber usado geográfica y literariamente nuestra historia y costumbres, inventando, creando y recreando. Sobre su posición política y vida privada, habrá tiempo para escribir, alejándonos de su aporte a la literatura. Mientras disfrutemos de sus personajes como el Sinchi, Fushía, la Selvática, el Boa apelemos a la frase de Jaime Bedoya para explicar “la honestidad intelectual que lo define. Mientras tanto, la mezquindad, por si fuera necesaria mencionarla, tirita y balbucea, como siempre”.
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