Se llama intolerancia al proceder conductual de una persona que no respeta las ideas, opiniones, actitudes o manifestaciones de los demás, si es que no coinciden con las propias. Por su lado, la tolerancia según una sencilla definición que he encontrado en internet es una virtud y “un valor moral que implica el respeto íntegro hacia el otro, hacia sus ideas, prácticas o creencias, independientemente de que choquen o sean diferentes de las nuestras. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona” (https://preventivasalud.wordpress.com/2015/11/16/tolerancia-para-tu-salud-mental/.)
Es fácil reconocer a una persona intolerante. El intolerante es aquel que proclama tolerancia, pero sólo de la boca para afuera, porque la verdad es que no acepta ninguna otra verdad que no sea la suya. El intolerante pregona a los cuatro vientos la libertad de expresión, pero la concibe como un derecho de su propiedad particular, porque en cuanto alguien exprese una opinión contraria, lo tilda de ignorante, pues asume que la verdad y la libertad de expresión son solo para él y para quienes piensen como él, no para los de postura diferente a él.
El intolerante acusa a otros de intolerancia, pero es incapaz de ver la morrocotuda viga de intolerancia que tiene en sus propios ojos. He escuchado a muchos intolerantes hablar a chorros sobre diversidad cultural, concepto sociológico que, además de la diversidad lingüística, se manifiesta en las creencias religiosas, en las costumbres, en las artes, en la estructuración social y en cualquier otro atributo material o intangible de la sociedad. Sin embargo, al más mínimo atisbo de diversidad de perspectivas sobre un tema -como la identidad de género, por ejemplo-, el intolerante responde con adjetivos que desnudan su cuadratura del círculo, su raciocinio elemental y su mentalidad totalitaria. ¡Hasta se alegra de que boten de la radio a Phillip Butters!
Conozco intolerantes que discursean sobre la paz, pero ridículamente llaman “ideología del odio” a los argumentos que esgrimimos quienes contrariando a la “ideología de género” abogamos más bien por la formación humana en identidad sexual, tolerancia mutua e igualdad de oportunidades para todos. Uno escucha su perorata contra la supuesta “ideología del odio” y nos parece estar frente a la madre Teresa enseñando que la mayor pobreza de este mundo es la falta de amor. No obstante, el discurso del intolerante que predica paz se pulveriza en un santiamén porque ni siquiera sabe escuchar a la otra parte y, en lugar de hacerlo, busca ridiculizar a su oponente, o cuando no, agredirlo con una sarta de calificativos como: retrógrada, antimoderno, conservador, reaccionario, retardatario, homofóbico, cavernario, discriminador, promotor de crímenes de odio, entre otros abundantes términos de su típico léxico adjetivador.
Ni qué decir del intolerante que gana sus miles de dólares viajando y parloteando sobre democracia y derechos humanos a costa del Estado peruano. Es hilarante escuchar a un tipejo caviar en una conferencia poniendo énfasis en la participación ciudadana, sin exclusiones, como mecanismo fortalecedor del sistema democrático y, horas más tarde, tenerlo en un set de televisión cuestionando la participación de cientos de miles de peruanos en una democrática, legítima, libre y pacífica campaña en salvaguarda de la educación de sus hijos. Es grotesco ver a los autonombrados “promotores” o “defensores” de los derechos humanos intentando desmerecer una protesta nacional sólo porque un gran número de manifestantes profesen una creencia religiosa o sólo porque le den tribuna a algún ciudadano que no piensa igual que ellos.
Sin embargo, nada es más estrafalario, fachoso y chocante que ver a un intolerante gastando palabras para pontificar sobre libertad de pensamiento, -la base de todas las libertades-, cuando pretende imponerte que seas comparsa de una teoría sociológica deformada y discutible o de un pensamiento controvertible y seudocientífico como lo es la “ideología de género”.