[Por: Moisés Panduro Coral].
En Iquitos, a la que algunos nostálgicos todavía llaman la “isla bonita” por ser una ciudad inserta en medio de una alfombra verde sin fin, rodeada de ríos y de lagos, y por haber tenido fama de ciudad tranquila y apacible, ya no puedes sacar tu mecedora a la vereda para refrescarte del intenso calor que la envuelve. Sin que menos lo pienses puede pasar por ahí un choro y desde una moto a paso raudo arrancarte de la mano el celular con el que estás hablando, o no ha de faltar un imbécil correteador de ómnibus que en el afán de ganar pasajeros con otro competidor se suba a tu acera y te lleve de encuentro hasta tu siguiente existencia.
No estoy exagerando. Iquitos ha cambiado dramáticamente en los últimos años. Poco a poco, ante la apatía de quienes dirigentes sus instituciones policiales y de quienes son sus gobernantes locales y regionales, Iquitos ha ido pasando de los delitos de hurto común a los de hurto agravado en constante incremento, del arranchamiento de carteras al asalto a balazos tipo cowboyada con asesinatos impunes que podrían evitarse si los que tienen la responsabilidad de proteger al vecino hicieran uso efectivo de las normas, herramientas, recursos e instrumentos que la Nación les ha encargado para garantizar el orden y la seguridad de sus ciudades.
El asalto ocurrido hace unos días a una camioneta con trabajadores que llevaban una fuerte cantidad de dinero a depositar en un banco grafica la terrible situación que se vive en Iquitos. La camioneta fue perseguida por diez delincuentes que iban en una caravana de cinco motocicletas -los pasajeros de atrás con armas de fuego en ristre- a lo largo de 13 cuadras, contra el tránsito en gran parte del tramo, a plena luz del día, a vista de todo el mundo, excepto de policías o de serenos que brillaban por su ausencia. La camioneta fue acorralada y sin ninguna contemplación los trabajadores fueron abaleados y despojados del dinero. La policía informó que los delincuentes fueron capturados, pero el dinero robado no aparece por ningún lado lo que ha despertado las suspicacias de medio mundo.
A propósito de estas suspicacias, entre las varias recomendaciones de Rudolph Giuliani -el famoso alcalde que en su gestión de ocho años redujo la criminalidad en Nueva York en más de un 50%- para frenar y reducir la delincuencia, tenemos las de monitorear los cuarteles policiales para determinar el tipo de crimen por zonas, evaluando el desempeño de los agentes y oficiales y expulsando a los corruptos que se alían con los malhechores para cometer sus fechorías; sacar a los policías de sus comisarías y desplegarlos en las calles; exigir del poder judicial transparencia en sus funciones y mano firme y dura contra todos los delincuentes cualquiera sea la magnitud o la forma del delito que cometieron.
A lo dicho por el gran Giuliani, nosotros agregamos: fomento de oportunidades para la población (creación de fuentes de empleo productivo, capacitación en carreras técnicas de corta maduración, promoción del turismo como actividad económica, etc.) para evitar la delincuencia juvenil, inteligencia operativa para vigilar a las bandas y capturar a sus cabecillas, participación del vecindario, operatividad permanente de los comités de seguridad ciudadana, y fundamentalmente liderazgo del alcalde para diseñar, concertar, implementar y evaluar el plan de seguridad ciudadana. No podemos seguir sumidos en la inseguridad, en el caos, en el desorden, a merced de los delincuentes. Es el momento de revertir esta negativa y calamitosa realidad y recuperar para Iquitos el antiguo patronímico de “isla bonita”.