Informe de batallas

540 Río Putumayo

En este enero cultural sin olvido, Tierra Nueva presentó otra edición de la primera novela de Jaime Vásquez Izquierdo, “Río Putumayo”. En apretada síntesis, la obra es un informe de enconos, conflictos y batallas, con o sin armas. El enfrentamiento militar, el lenguaje de las estrategias y las balas, entre las fuerzas armadas de Perú y Colombia, es apenas un conflicto más. El más notorio, pero no el más importante. En la fracturada sociedad amazónica, la paz es una pera del olmo. Y Miguel Valdez, personaje principal de la novela de Vásquez Izquierdo, es un ejemplo de discordia permanente con el mundo. He aquí una muestra de lo que decimos.

EPILOGO

El HOMBRE, a la luz de la alcuza, lee con mucho esfuerzo el aviso en el periódico. Un perro viene de la noche y se acomoda a sus pies haciéndose un ovillo. ¡Tú has roto mis anteojos!

El animal aplasta la garganta contra el suelo y emite un gruñido; y como no resiste la dura mirada del hombre, se pone de pie, sacude un ficticio polo de su cuerpo y, con el rabo entre las piernas, vuelve a la oscuridad de la calle, muy densa apenas más allacito de la puerta. El viejo, después de estarse inmóvil un rato, meditando, corre la llave del cajón de la mesita sobre la que ojea “Impreso” y saca un sobre voluminoso y amarillento. Pide una alcuza con esa su voz que se ha vuelto ronca.

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El hombre abre el paquete, saca de él varias láminas de cartón, de retratos a lápiz, los coloca en filas, una por una, cuidando que queden al mismo nivel, todo minuciosamente. Acerca la lámpara a ellos y ante sus ojos cansados se aclaran los retratos. Aquí el sargento Canaquiri, el Mamerto Inga con su eterna sonrisa, el capitán Mauricio Barba, flaco, su cuello de una largura desproporcionada, el cabo Simón Villaverde… Otro apunte muy borroso, lo que lo obliga a acercar más la luz… Sí, es el Ramón Soria. Aquí también el Lauro Guabloche. Este debe ser el Toro, el Juancho Camalvino… Su mujer ha venido (viejito, no canses tu vista) y mira también los retratos por sobre la cabeza de su marido.

Jaime Vásquez Izquierdo
Jaime Vásquez Izquierdo

La noche empieza a manar garúa. El hombre acomoda  los  retratos por grado militar. A la cabeza el comandante. Lee de nuevo el aviso en el periódico. ¡Ángela!, ¡Ángela!, llama. La mujer le contesta débil, soñolienta.

-Alista mi ropa de calle-

Y la mujer (cruje la cama con su movimiento)

-¿Vas a salir siempre?

No obtiene respuesta. Con ese cascarrabias mejor me levanto. Más crujidos en el catre. Se abre un baúl dejando escapar un ruido profundo. En la sala el hombre busca otro sobre y escoge tres apuntes. Laura aparece jovencita, sus ojos interminables. El siguiente corresponde a un niño de rostro serio, parecido a Laura por sus grandes ojos. Y en el último apunte, la Clara, de mirada escrutadora y labios gruesos, las finas aletas de su nariz parecen respirar.

-Ahí tienes tu ropa sobre la silla-.

La luz asustadiza de los lamparines realiza acrobacias luchando contra un viento atrevido. El hombre toma una lámpara y camina al otro extremo de la habitación. Acerca la llama a la pared, su dedo busca en la zona del Putumayo sobre un mapa verde. Leticia, Flor de Agosto. Este pueblo no existía en ese tiempo. El Encanto,… ¡Cuántos recuerdos despiertan estos nombres! …Puerto Arturo, Güeppí, Pantoja, hacia abajo, en el Napo. Nuevamente en el Putumayo. La Chorrera.

Ahora busca sin orden. Caraparaná, Igaraparaná. Río Algodón. Puerto Campuya, Puerto Arturo. Y más o menos en este punto, el caserío indio, en donde hacíamos nuestras necesidades. Tarapacá. Los coloshos atacaron y tomaron Tarapacá y nos cerraron la boca del Putumayo, y no podíamos pasar los víveres para las guarniciones. Pero desde el Napo habíamos abierto trocha hacia el Putumayo, por donde nos mandaban alimentos que no llegaban, carajo. Bien. Todo eso ya pasó. Más para los que hemos sufrido las consecuencias, el hambre y las enfermedades, no se borrará jamás, hasta cuando acabemos de borrarnos todos nosotros.