No pretenderé recordar las clases universitarias sobre política informativa y política editorial de los medios de comunicación. Tampoco seré pretensioso al creer que quienes han pasado -por elemental derecho al trabajo y sobrevivencia- del motocarro al micrófono y entiendan esos conceptos. Iluso no soy, creo.
Y, ojo, soy de aquellos que consideran -como ya lo escribió Gabriel García Márquez hace muchos años para defender el oficio de periodista- que los periodistas nos hacemos en la práctica, en la calle. Pero -como el mismo Gabo lo demuestra- alguna condición mínima debemos tener. Como, por ejemplo, escribir con cierta claridad y calidad. Claro, para escribir tenemos primero que leer. Entonces, ya comprenderemos la comprensión lectora bajísima.
Como es habitual y normal en cada campaña electoral los políticos quieren que se difunda sus propuestas y, en la mayoría de los casos, intentan que se critique las del rival o adversario. En Iquitos, como en otras ciudades de la región y el país, los políticos han modernizado una mala costumbre: alquilar una frecuencia para impedir que las ideas de los otros se manifiesten y, en el colmo de la exageración, esas concesiones son hechas como “adelanto de pago por los favores que vendrán si el candidato logra el triunfo”. Eso no sólo desnaturaliza la función periodística sino que el tiempo ha demostrado que puede servir para ganar una elección pero para gobernar de mala forma en perjuicio de la población. Un periodista tiene sus preferencias políticas y electorales, total ciudadano es. Pero si se pone al servicio de una candidatura, por lo menos automáticamente se licencia de la labor. Algunos han querido maquillar esta desviación con la apelación hipocritona de “soy comunicador, no periodista”. Bastaría leer un poco al filósofo español Fernando Savater para entender que un periodista puede convertirse en comunicador pero nunca un comunicador podrá ejercer profesionalmente el trabajo periodístico.
En estos tiempos de redes sociales -ya lo dijo Jorge Lanatta, periodista argentino- un ignorante que apenas balbucea su nombre se cree “influyente” porque escribe unas palabras y tiene treinta “like” y dos comentarios. Y recorre las oficinas públicas y privadas pasando el sombrero como si de un artista del malecón Tarapacá se tratara. Eso está bien para cualquier ciudadano que desee expresarse. Pero los periodistas no podemos caer en esa alcantarilla.
No hay que confundir política editorial con política informativa. Hay que estar consciente del trabajo periodístico que hacemos. No hay que dejarnos sorprender por quienes se autotitulan como comunicadores en el intento de camuflarse como periodistas. Los “influyentes” de las redes -por lo menos en esta casa del Dios del amor- crean veinte cuentas, ellos mismos se alaban y comentan y se dan like. No es que nos sorprenda estos detalles, total desde que la humanidad es tal sabemos que información es poder. Pero es bueno que sepamos qué tierras pisamos, ¿no?