Escribe: Percy Vílchez Vela
El primer indígena ämazónico que visitó Lima fue el chamán y viajero Viarizú. En el año de 1560 fue llevado desde Moyobamba por los castellanos a la capital peruana para presentarse ante el virrey Marqués de Cañete y dar su testimonio sobre la posible presencia de formidables vetas de oro en la maraña. Luego ocurrieron otras visitas de indígenas selváticos que en ese entonces buscaban en la helada y sombría ciudad la solución a sus variados problemas. Allí se decidía todo desde hacía tiempo. Los siglos han pasado y Lima sigue siendo el centro del Perú. Allí se decide todo, todavía. Ultimamente unos oriundos de la fronda anduvieron por esa lejana urbe, exigiendo sus derechos y pidiendo garantías sobre un evento de suma importancia para el futuro de las aldeas y comunidades: la consulta previa.
Desde sus amenazados lugares de origen, desde sus pagos afectados por la contaminación petrolera, los actuales y modernos viajeros partieron de sus remotos lugares y arribaron a la capital peruana el miércoles 15 de julio del presente año. Eran apus de las aldeas quechuas o quichuas de la cuenca del río Tigre y dirigentes de la Federación de las Comunidades Nativas del Alto Tigre (Feconat) que decidieron acudir al centro del poder y de las decisiones y tratar de influir de acuerdo a sus propias necesidades e intereses afectados desde hace tiempo no solo por la acción de las empresas petroleras sino también por el desinterés del mismo Estado que suele prometer pero que a la hora de la verdad no hace nada para mejorar las condiciones de vida de los indígenas de la maraña peruana.
En la agenda de los viajeros figuraba entrevistas con diversos funcionarios estatales, con tantos representantes de entidades e instituciones capitalinas que tienen la palabra nacional solo como simple membrete para plantearles la situación de esas aldeas mientras se ejecuta la consulta previa. La preocupación central de los visitantes tiene que ver con un hecho crucial. Nadie de ellos sabe hasta ahora cómo ni cuándo se iniciarán las labores de la prometida remediación de las zonas afectadas por la explotación del hidrocarburo. No existen indicios de que se inicien esos trabajos y ya se acerca la nueva concesión oficial del lote 192. Es decir, todo puede quedar en nada como tantas otras veces.
En la misma agenda de los viajeros figura mostrar a las autoridades y funcionarios algunas preocupaciones sobre el modo en que se está llevando la consulta previa. Fernando Chuje, uno de los viajeros y presidente de la Feconat, ha declarado que nadie se opone a la explotación petrolera, pero esa explotación tiene que ser responsable y no causar daño a los moradores de tantos lugares de la selva. Eso implica que han decidido participar con todos sus argumentos en regla en la consulta previa. Como es sabido, en la primera reunión que se realizó en la aldea Alianza Cristiana hubo una serie de desaciertos iniciales que terminaron por sembrar la desconfianza en los diferentes actores indígenas.
Es por ello que los actuales viajeros decidieron plantear las preocupaciones que tienen ante la implementación de la consulta previa. Esperan que de las reuniones con autoridades y funcionarios salgan convencidos de que se va a cautelar el proceso de dicho evento. En las largas y tortuosas negociaciones con el Estado y con las empresas petroleras los viajeros tienen experiencia. Por eso han declarado antes de partir del aeropuerto internacional de Iquitos que si en esta oportunidad el Estado no atiende sus demandas y no garantiza sus derechos reiniciarán sus medidas de fuerza. No se trata de una amenaza. Es la única opción que tienen las comunidades de hacer sentir su voz en el escenario regional y nacional.
La desconfianza que muestran ciertos sectores indígenas ante la consulta previa no deja de tener razón. En otras partes ese mecanismo democrático ha sido pervertido tanto por el Estado como las empresas que antes de la ejecución del evento, antes de la misma consulta, manipulan, pervierten y corrompen a sectores involucrados para obtener resultados satisfactorios a sus intereses. Así se han concedido territorios para la explotación de minerales y del mismo petróleo. De manera que no está mal la acción de los actuales viajeros a Lima. Más vale estar alertas que confiados o dormidos ante el vértigo de los acontecimientos.
En el balance histórico de las visitas de los moradores amazónicas a Lima para pedir algo o mucho hay un desfase evidente. Pocas veces las gestiones resultaron exitosas. La mayoría de veces el viaje desde los pagos selváticos remotos fue inútil y en vano. La capital peruana es sorda y ciega ante las necesidades ajenas, más si se trata de esos seres que viven en la espesura de la lejana maraña, y suele perderse en una serie de promesas que al final no se cumplen. Se trata de un manido recurso que no ha dejado de perjudicar a generaciones de selváticos. ¿Se repetirá ahora esa vieja historia de marginación y exclusión?