El último sábado, un poquito después del mediodía, circunstancialmente he asistido a la entrega de casi tres hectáreas de terreno a una asociación que va construir allí una clínica especializada en oftalmología. Y como si alguien hiciera un click en los recuerdos ha venido a mi mente varias escenas.
La primera de ellas es la del congresista Víctor Isla Rojas una tarde de un día cualquiera parado en un rústico estrado a pocos metros de la garita de control del aeropuerto de Iquitos, en medio de banderitas rojas, despidiendo a quienes viajaban a Venezuela para operarse de la vista. En la parte de abajo los viajeros y familiares, personas de humildísima condición que veían en ese viaje una posibilidad de recuperar la visión. Luego he visto reiteradas veces esas imágenes cuando insensatamente se quiso vincular a esa acción social a una intromisión extranjera en asuntos internos peruanos. Y tanto en esa oportunidad como en los posteriores siempre me ha rondado la cabeza cómo es que se intenta destruir el beneficio a la población con el discurso de la intromisión y se calla en todos los idiomas cuando otros países realizan hasta prácticas militares. Pero eso será materia de otro análisis.
La segunda imagen que me viene a la mente es el centro de salud de Contamana, capital de la provincia de Ucayali, donde cerca de una veintena de ribereños esperaban su turno para ser operados de la vista. Rostros avejentados y ya ganados por las arrugas que nos impone el tiempo estaban en la antesala del quirófano con mucha paciencia para que se los devuelva la visión. Los familiares estaban más que contentos porque el grupo comandado por el doctor Gonzáles no sólo operaba sino que les daba calidez pre y post operación.
La tercera imagen es un ambiente del Hospital Apoyo Iquitos donde más de un centenar de ribereños, entre pacientes y familiares, recibían las instrucciones para cuidar y ser cuidados luego de la operación a que habían sido sometidos. Esas mujeres y hombres agradecidos por la recuperación de la visión seguro habrán retornado a los lugares de origen con la satisfacción de mirar con más nitidez, acaso en los últimos años de vida.
Por eso aquel sábado cuando me enteré que ya se han hecho 3,600 operaciones a igual número de ribereños me invadió la alegría y me llené de recuerdos como los aquí narrados. Todo ello no hubiera sido posible sin la intervención del Presidente del Gobierno Regional de Loreto, Iván Vásquez Valera y la gestión del congresista Víctor Isla Rojas y, por supuesto, de todos los que forman la Asociación Divino Niño que ya tiene una sede maravillosa en Lima y que ojalá Dios quiera que muy pronto se haga uno en ese terreno que se entregó en el kilómetro 10 de la carretera Iquitos Nauta. Porque no hay nada más reconfortante que alegrarse de la alegría ajena.