Homenaje a periodista ejemplar
En su hora final, en su lecho de muerte, el enorme periodista Benjamín Saldaña Roca, debió sentir en carne propia el sinsabor de la derrota absoluta. El periodista precario, que desde la indigencia de sus ediciones, desde el altar de su coraje, se atrevió a denunciar la barbarie de las caucherías, moría en la remota Cerro de Pasco. Allí se había refugiado luego de huir del acoso, las maniobras y las amenazas de los servidores de Julio César Arana. Iquitos, la ciudad arrodillada que había callado en todos los idiomas y que se beneficiaba con la extracción cauchera, que vendía artículos malogrados a los oriundos y que gustaba de tener un indio de servicio, estaba tan lejos.
Era el año tal y él se iba para siempre, Anónimo, empobrecido, tercamente aferrado al mejor oficio del mundo, sabía que nadie fue castigado pese a tantas fechorías que había denunciado en un voluminoso legajo de horrores o informe de variadas carnicerías en 1907. Esa ejemplar conducta pasa desapercibida ahora. Muchos años después de esa gesta ejemplar casi nadie le recuerda. Pocos le citan en alguna conversación. Algunos le nombran en libros mencionando lo que ya se sabe. Los gremios periodísticos no dicen nada sobre él. Ninguna calle lleva su nombre, por ejemplo. Es decir, sigue siendo anónimo, desconocido, olvidado. Nadie todavía se decide a investigar vida tan valiosa, lo cual es lamentable como si nuestro periodismo provinciano y todo no tuviera sus luminarias. Hay que reivindicar a ese personaje clave en nuestra historia regional. Una manera de hacerlo es tratando de seguir su ejemplo.
El nombre de Benjamín Saldaña Roca era más desconocido que ahora cuando apareció Pro & Contra. Desde sus primeras salidas el entonces semanario, acaso sin quererlo o sin saberlo, se distinguió por guiarse por el manual perdido del enorme periodista. En la paterna calle Putumayo, se hizo una cosa aparentemente simple: se separó la información de la publicidad. Ese hecho varió todo. La lucha desigual contra el caciquismo imperante, contra el dominio del caudillo de acá y la panaca local, se instaló entonces. Nadie sabe lo que ello significó cada semana: llamadas inoportunos y a cualquier hora, gritos destemplados, amenazas de represiones económicas, agresiones verbales y físicas. Era un escándalo que una entidad pusiera su publicidad y recibiera críticas. Las cosas no han cambiado mucho desde entonces. El diario sigue en la brega con todas sus limitaciones y las limitaciones del medio.
Las recientes amenazas de muerte al director y editor de este diario son pruebas irrefutables de los que decimos. No estamos inventando un heroísmo que no tenemos. Ya somos adultos. Y hay algo más en ese intento de imitar al ejemplar periodista olvidado.
En el catálogo de Tierra nueva, editora impulsada por este diario como una alhaja sin igual, figura un rubro importante referido al tiempo cauchero, resaltando la producción de Miguel Donayre con su trilogía novelesca, El insomnio del perezoso, que se basa justamente en esa época como espejo deformante de la realidad. El caucho es una veta que da para mucho más y sigue siendo un tiempo tan poco estudiado, tan poco aclarado. Con decir que hace poco se editó por primera vez el informe en castellano de Roger Casement. Ello también es honrar la memoria de alguien que fue derrotado en vida por el poder del dinero y del poder de ese entonces.
Desde luego, se nos puede reprochar muchas cosas. No pretendemos ser la última gota de agua en el incendio ni el mítico refresco en el desierto. Podemos tener defectos, olvidos, vacíos, pero todavía seguimos en lo mismo. Pese las limitaciones de la provincia, todavía creemos que un mundo mejor es posible, que el poder entre nosotros deber ser regenerado, controlado, obligado a ser más decente. El cambio de formato, un largo sueño acariciado tantas veces, se hace realidad en este año. Esperamos que no sea un simple cambio de tamaño, que logre una mayor audiencia entre los lectores y, por supuesto, que siga en el manual del inicio, en la ruta del periodista ejemplar.