El escenario político español luego de las elecciones generales de diciembre es la mar de interesante porque pone a prueba a la calidad democrática de este país. La cultura política de este Reino era de mayorías absolutas – un legado del franquismo. Se gobernaba a golpe de rodillo. Así no se mostraba las verdaderas costuras de este régimen o espacio democrático en situaciones que implica negociación política a fondo y gran calado. Durante largo tiempo gobernó el bipartidismo que generó una vida democrática bicolor, sosa, magra y alejada de la ciudadanía. Llama mucho la atención la noticia del diario El País, que transmite una visión colonial, sobre el gobierno de Maduro en Venezuela y su mangoneo en la función judicial. Aquí ha pasado lo mismo por más de treinta años, es decir, que el poder político se inmiscuye en el poder judicial y nadie rechistaba. Los nombramientos de altos cargos judiciales lo hacía el partido de gobierno en contubernio con el de la oposición, mírese por ejemplo, quienes integran el Tribunal Constitucional o los Magistrados del Tribunal Supremo que, muchas veces, obedecen a consignas políticas. Y al diario del grupo Prisa que le parecía eso normal, nunca hubo reproche de su parte. Así transcurría esta democracia domeñada por esa herencia franquista que no ha podido deshacerse. Ahora es un nuevo escenario. El partido de gobierno (PP) y el de la oposición (PSOE) tendrá que competir espacio político con los emergentes. Aunque de estos emergentes podría decirse que uno de ellos más de derechas que de centro (Ciudadanos) tiene un rancio relato de lo que ocurre en el país y se ha plegado sin dudas ni murmuraciones al partido del gobierno (PP). Uno de los rasgos de la cultura política de este país es el maniqueísmo. Estás conmigo o contra mí, presumo que ahora, con un nuevo partido emergente (PODEMOS), eso debe cambiar, aunque lamentablemente, se advierte pocos síntomas de cambios, el sistema lo embrida. Los partidos conservadores, incluido el PSOE, y grupos mediáticos (incluido el diario El País) están con el discurso de los que quieren romper España, y los que no, que propugnan un referéndum en Cataluña. Da la impresión que el sistema democrático en este país no quiere cambiar las viejas prácticas y prefiere que todo siga por los mismos cauces. Es muy difícil moverlos de la poltrona.