Cuando un poeta muere casi nunca pasa nada, peor si la muerte del poeta es fruto de esa enfermedad nacional que es la corrupción y la desidia. Ha muerto Luzgardo Medina Egoavil y no ha pasado nada. Seguirá saliendo el sol, escondiéndose la luna, muriendo las flores en la tarde y los ladrones seguirán cometiendo sus fechorías seguramente más heroicos que Luzgardo, así es este país con sus poetas que mueren y la mierda sigue igual.
48 horas antes de su muerte Luzgardo le escribía a Pedro Lemebel. Un poeta acaba de morir al sur del adiós. En la misma premonición/ Ni por simpatía le regalaron un minuto con gran dosis de azúcar/ Murió el poeta y ya. Se siguen destapando las botellas a veces sin motivo/ Y dando recompensa a quien nos traiga de las orejas al narrador… Lo hacía pensando en él también, no cabe duda, pensando tal vez que moriría en una silla del hospital más viejo de Arequipa esperando la atención que nunca llegó a causa de un corazón “maldito”, como su poesía, que aparentemente no caminaba bien. O tal vez lo mató el Perú entero, porque ese hospital enfermo, caduco, corrupto y negligente es el resumen en metros cuadrados del país que tenemos.
Y con más pena que gloria lo entierran con ínfulas de representar lo más preclaro de la poesía de la generación del 80, sin embargo, los mismos que lo elevan al pináculo de las letras, son los que le mostraban las espaldas para los miles de proyectos que circulaban por su incansable vida. Luzgardo no era una persona sino muchas a la vez y al igual que podía estar compartiendo un adobo o un pisco de su Cotahuasi querido, podía también a la vez y “todo junto al tiro” estar declamando o escribiendo esa poesía que te sacude.
Yo no lo voy a recordar como dice la gente que lo hará. Con su amabilidad y cortesía, su solidaridad y lo amical de su conversación. Yo lo recordaré con sus versos, sus amores y sus adentros. Con esa energía que expulsaba cuando leía y observaba a los nuevos ejemplares de la poesía del sur. Porque como todo innovador y cazador de la literatura, se conocía a todos aquellos que asolapados y tímidos intentaban tener un lugar en las letras. Ël representaba su pirómano libre para los jóvenes. Ha muerto el poeta y acá no pasa nada.
“Nos morimos amor, nos morimos. Enterremos las primaveras inútiles,
Aquellas que no trajeron delirios ni cansado polvo ni hiel profética.
La luna seguirá saliendo para nosotros y en los arroyos lavaremos
Los dientes y los ojos de nuestras llaves. Ardámonos vespertinos.
Que las campanas hagan el amor como en los años de carestía”.
Luzgardo Medina. En Pleno Juicio Final (Nada Edit. Unsa 2007)