Grande, Maurilio.

Las familias que disfrutamos de tu presencia, tu cariño, picardía, sabiduría y tus juegos de mesa te recordaremos siempre como un miembro más de nosotros, como un hermano con el que podíamos pelear y luego conversar como si nada hubiera pasado.

Esos días de sus visitas a casa, luego de las misas dominicales de Santa Mónica, en nuestro barrio de San Isidro, son parte muy importante de nuestra formación de identidad de loretanos y de lo que es recordar siempre a los verdaderos amigos. Siempre nos tenía presente, aún cuando estaba en su España natal. No recuerdo un solo retorno de España sin que traiga regalos para sus apreciados amigos. Ese era Maurilio, el de los pequeños grandes detalles.

Creo que él se preocupó de la formación de los loretanos y del amor por nuestra tierra más allá de Iquitos, estemos donde estemos. Y por eso creo que es, al igual que Joaquín, una de las mayores luces amazónicas de las últimas décadas.

Un beso a Maurilio, como antes y por siempre.

Marcel Bendayán Zagaceta