Uno de los empeños de mi padre era que leyéramos desde que éramos muy pequeños. Se cargó de paciencia en esa tarea de largo aliento. Leíamos juntos algunas novelas, nos contaba sus hazañas recreadas literariamente, gran narrador oral como mi madre, a él le cuesta reconocer esa virtud porque se reconoce como un hombre práctico. Es decir, que ambos en casa se empeñaban en que nuestra imaginación estuviera encendida, floreciera. Añadía ese tesón a la implementación de la biblioteca de casa, recuerdo una colección de ciencias que leía con cierta asiduidad. No solo en la escuela sino también cuando estábamos en la universidad, mi padre se compró una colección de novelas de distinto peso literario. En mi adolescencia en Illa Gran no tenía con quien comentar lo que leía fuera de casa o el círculo de patas era muy pequeño. Estando en cuarto de Secundaria tuve la suerte de compartir la clase de Literatura con Tito Arias, sí, él enseñaba esa materia escolar. Mis referencias de Tito, sabía que era un jugador del CNI de Iquitos, uno que destacaba por sus tiros de esquina con sabor a gol, goles olímpicos se decía en mi época. Nuestra clase no era, digamos así, muy pacífica. Éramos unos adolescentes muy complicados, con la testosterona alborotada. En mi primer día observé una bronca a cara de perro entre dos compañeros, con rotura a patadas de una puerta. En ese contexto aparece Tito Arias enseñando Literatura. Para mí fue un bálsamo en ese páramo tropical, es más, fue una de las primeras veces que sentí mucho apego por la escritura, que se podía ser escritor. Él promovía discusiones sobre los textos leídos, que no eran nada fáciles por la dispareja fuerza de la clase. Él perseveraba en ese empeño, recuerdo con el Chino Pereira, en los tiempos muertos, nos recitábamos balbuceos que nosotros pensábamos que era poesía. No tuve nunca la oportunidad de agradecer a Tito, valgan estas líneas. Lo digo porque está próximo a publicarse un ensayo sobre la experiencia lectora en la floresta que de alguna manera también se lo debo a Tito, quien apuntaló, de manera inconsciente y sin querer, en esa tarea. Fue su mejor gol olímpico.
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