En uno de los locales desmantelados y ruinosos de la ciudad, donde hace siglos floreció un pequeño partido local que desapareció con caudillo y todo, se abrió un extraño negocio. El mismo consistía en recibir las visitas poniéndose a cocinar y comer carne de cerdo, pavo, gallina, cuy y otras suculentas especies. El banquete no terminaba con la tragonería de esos preparados sino con el consumo de gigantescas hamburguesas y de cualquier derivado de la brutal comida chatarra o basura. Era un colectivo muy moderno que estaba dedicado a defender de nefastas agresiones, maltratos físicos y verbales y demás abusos, a los gordos de Iquitos.
El combativo gremio, cuya sede central estaba en la capital mexicana, no tenía fines de lucro ni de lujo, pero si gustaba de la buena mesa, gustaba de darle gusto a su paladar, y comiendo y bebiendo sustentaba con argumentos que la gordura no era ninguna enfermedad, que apenas era un estado corporal y que dentro de la grasa podía haber tanta belleza como esbeltez y mucha bondad humana. Algunos de sus miembros, comiendo a varias mandíbulas, andaban invitando a todos y todas a engordar sin control o medida, porque mañana de seguro iban a morir.
Es posible que la ciudad de Iquitos entonces hubiera tenido un gremio capaz de defender a los pobres gordos de entonces, a los obesos, que en verdad no eran muchos ya que más eran los flacos y delgados debido a muchos factores que tenían que ver con los ingresos mensuales, si que no eran desocupados crónicos. Pero lamentablemente ese colectivo cedió a la tentación y arrendó por los agitados predios de la política. Y, comiendo y bebiendo ante la vista e impaciencia de muchos o de tantos, hicieron campaña para estas elecciones. Nadie, ni los analistas más escépticos, dudan de que los Comelones arrasarán con los hambrientos votos de los pobres iquitenses.