Por: Moisés Panduro Coral
No me digan que no se percibe un mejor estado de ánimo colectivo cuando la selección peruana de fútbol gana un partido. La gente conversa más, tiene una comunicación más amigable, los días se vuelven más amenos, una sensación de bienestar se respira en las calles, hay sonrisas en el ambiente, una predisposición a servir a los demás, hasta incrementamos nuestra productividad laboral. Y viceversa, cuando perdemos, es fácil notar manifestaciones de malestar, rostros adustos, gestos contrariados, desincentivación laboral.
No lo estoy inventando. Se nota a la legua. Es más, existen disponibles un gran número de investigaciones de tipo correlacional que han asociado la productividad de las economías regionales y nacionales con los triunfos que logran los equipos de fútbol que los representan; hay, asismismo, estudios que han encontrado una relación directamente proporcional entre la autoestima de una sociedad y las alegrías que trae un logro en el mundo del fútbol. Como que nos insuflamos de positivismo con una victoria que sentimos nuestra porque los equipos llevan en sus uniformes los colores patrios, un distintivo o un emblema territorial que nos identifica.
Por supuesto que el Perú tiene logros en otros deportes y en otros ámbitos del quehacer humano. Hemos campeonado varias veces en torneos continentales y mundiales de ajedrez, nuestros jóvenes ganan muchas medallas de oro y campeonan a nivel mundial en matemáticas, pero por alguna razón difusa, poco estudiada y nada juzgada, esas sobresalientes conquistas en otros campos competitivos no desatan el fervor nacional como sí lo hace el fútbol.
El fútbol no soluciona problemas, pero si genera entusiasmo, optimismo y jolgorio, tres indicadores básicos que confluyen al bienestar psicológico, al buen uso del tiempo y a la vitalidad social, éstos últimos considerados dimensiones de la felicidad, juntos con el alto grado cultural, la salud plena, la educación de excelencia, el respeto a la diversidad medioambiental, los altos niveles de vida de un pueblo y la percepción de un buen gobierno. Puede ser que con el fútbol, la inmensa mayoría de seres humanos buscamos saldar el déficit de felicidad que estimamos no hemos alcanzado todavía.
Por eso es que el fútbol mueve millones y pasiones. Se estima que la inauguración de la Copa América Centenario, siendo sólo un torneo continental, ha sido visto por más de mil millones de televidentes en 120 países. Tienes la certidumbre de que esos millones están viendo a tu equipo triunfar, que tu bandera está en el pecho de los jugadores que celebran, y sientes que tú estás allí, lo celebras y lo celebran quienes están contigo. Ese paroxismo nacionalista tiene sus excesos extremistas que debemos evitar. No sé cuánto de cierta será una frase que se atribuye a Winston Churchill sobre los italianos y su pasión por el fútbol. Decía el histórico Primer Ministro inglés que “los italianos pierden las guerras como si fueran partidos de fútbol y pierden los partidos de fútbol como si fuesen guerras”.
En Argentina, el fútbol fue utilizado como pantalla para esconder la crueldad de la dictadura del general Videla en 1978, año en que la selección albiceleste alcanzó por primera vez coronarse como campeón mundial de fútbol. En 1969, el general Velasco utilizó la clasificación de Perú al Mundial de México 70 para legitimar su dictadura y acallar a la oposición. Lo mismo hizo años después el general Morales Bermúdez bajando al campo de fútbol en el Estadio Nacional y poniéndose la camiseta de Julio Meléndez, capitán de la selección peruana que acababa de vencer 2-0 a Chile clasificando a Argentina 78.
Y hace poco, algún idiota, en un meme, pretendió relacionar el triunfo de PPK con la buena actuación que hasta el momento está brindando la selección peruana. No hay que copiar los malos ejemplos.