Me cuesta levantarme. La calefacción sigue averiada. El electricista del seguro nos da largas o se remite a la excusa que por estos días tiene demasiado trabajo. No hemos tenido la casa tan desangelada como por estos días. Es invierno y cada día me habitúo más al frío. Se rompió antes de las navidades y todavía persiste el problema de la calefacción. Me despierto temprano antes del sonido del despertador, alrededor de las siete. Todavía estoy zombi. Me encamino a la cocina, mi objetivo a esas horas de la mañana es la cafetera. Añado las cucharadas de café, que no es torrefacto, y agua. Por unos  minutos la casa se llena de un agradable olor a café, me levanta un poco la moral. Aunque sigo aturullado por el sueño, por el frío. Pienso que con una buena taza de café me levantará el ánimo. Antes como mi desayuno de cereales. Luego vendrá el café, lo tomo sin azúcar. Trato en lo posible de consumir menos azúcar. No es bueno consumir tanto azúcar, escuché a una dietista, le creí y ahora anda empeñado y en campaña para consumir menos. En esas causas y otras me convierto en un converso, F ya me conoce, sonríe mirándome. Me dice pareces un talibán, no me doy tregua.  No bajo la guardia. En lo posible no como bollería. Me voy a mi sillón azul y repaso las noticias por la tableta. F ha salido a trabajar y sigo imperturbable soportando el frío. Me pongo una chompa. Unas mantas y todavía siento el aliento del frío. Pienso que plato voy a preparar hoy, hago un menú imaginario. Debe ser algo caliente. Recuerdo que en el frigo hay caldo. Eso me sostiene contra el frío. Sigo con la ropa de dormir. Leo un poco, respondo algunos correos. Leo las lecturas que tengo pendientes que son muchas y de diferentes temas. Me cambio el pijama. Levanto la persiana. Hay sol. Sonrío, salgo de casa y me pierdo caminando entre los árboles. Un día de invierno.

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