El chofer de nombre Jean del taxi tiene unos mostachos que parece actor de cine o un personaje pulcro de novela negra, es muy alegre. Nos iba señalando los lugares emblemáticos de la capital. Pasamos frente a un Palacio de Congresos – no hay país que se precie que no tenga uno así. Es una mole de cemento inmensa y con un diseño arquitectónico que es una patada en la canilla a la pobreza, son unas pequeñas torres con inmensos ojos de buey. Alrededor de este palacio de lujo seguro que hay personas que tiene problemas para acceder a un puesto de salud o una buena educación. Son los despropósitos de los gobernantes, no solo en África. Me comentaba un amigo que en una localidad de España que él había ido por trabajo, de pocos habitantes, tenía un palacio de congresos como ya quisiera tener Iquitos. El edificio en tierras castellanas estaba infrautilizado, tenían uno a dos eventos al año. Al lado de este pegote de cemento en Cotonou está la embajada gringa y la francesa, otras moles similares, como diciéndonos quienes son los que mueven los hilos en esta parte del mundo, caso todas estas embajadas del tío Sam (y de otras europeas) son muy ostentosas sin importar el país donde están, dice mucho de su diplomacia o de su “diplomadura”. Aquí los hombres y mujeres lucen trajes coloridos que le dan su toque de gracia particular. El color seduce y mucho. Seguro es un poco para romper con la monotonía de la vida y del mismo paisaje. A lo largo de todo el viaje he cargado la novela de Ngũgĩ wa Thiong’o, “El brujo del cuervo” de casi ochocientas páginas. Realmente la novela ha sido construida laboriosamente, es un trabajo artesanal de filigrana. Ha tendido puentes entre la literatura escrita y la literatura oral (oratura), un serio déficit que tiene la novela en la floresta por ejemplo. No se queda en el solipsismo de la novela europea que se recrea hasta embotarnos – desde aquí observo a la actual novela latinoamericana como una novela sin atributos y que a rebufo de lo que haga la novela europea. En el bosque caluroso de Lokossa la novela de este escritor keniata toma otro significado, suena diferente quizás sea la música de jazz que entra del bosque hasta la habitación.