Floridita
Está en una esquina estratégica y al ingresar uno se topa con la foto de Fidel Castro que entrega un premio a Ernest Heminguey por alguna faena de pesca. Y termina atrapado por lo que allí se siente. El autor de “El viejo y el mar” sí que vivió de lo lindo. Junto al mar. Con pesca abundante, sazón incomparable y unos tragos relajantes en medio del calor caribeño, que no es poca cosa.
Como uno no puede con su genio y tiene la figura del poeta Percy Vílchez al costado pide apuradamente un “cuba libre” –hecho con ron y coca cola, únicamente- y el empleado estatal que nos atiende sugiere que tomemos un mojito “porque ése es el trago que tomaba el autor de ‘Adiós a las armas’ para inspirarse”. No hay remedio, que venga el mojito, solo uno. Porque no se sabe bajo qué leyes del mercado el mismo trago cuesta un CUC en un restaurante lujoso del centro de La Habana vieja y tiene que pagar seis CUC en “La floridita”, el bar que frecuentaba Heminguey. “Es Heminguey, pues”, nos ayuda Percy Vílchez cuando lanzamos una protesta moderada por el precio al hombre de la barra, a quien le faltan manos y dedos para preparar los mojitos, cobrar a los sedientos y nunca quitarse del rostro la sonrisa. Y es que los cubanos aprovechan toda la circunstancia para sacarle provecho a la historia, a los personajes que pasaron por estas tierras y llevar divisas hacia el Estado que, curiosamente, tiene administrando hoteles, restaurantes, bares que pueden considerarse ejemplos de administración eficaz. Uno, humano al fin, se emociona y es imposible negarse una foto junto a la estatua del escritor norteamericano. Estamos tomando un trago junto a él, ahh bruto, ahh bruto.
Y se entusiasma tanto que al tercer mojito ya tiene que retirarse porque es domingo y hay que seguir la ruta y detenerse en el museo donde los cubanos han colocado el barco que trasladó a 82 cubanos comandados por Fidel Castro para desembarcar en Cuba como símbolo del triunfo de la revolución. No es una réplica, no es una copia fiel del original. Es el mismo “Granma” que está en la vía pública y al que se puede acceder previo pago porque el sentimentalismo, simbolismo y socialismo en la revolución también cuesta. Y uno tiene que meterse a la cabeza que de esta forma apoya al mantenimiento de lo que a cada instante sorprende gratamente.