FERIADO SILENCIOSO

El día no tan lejano en que se celebre el día del marido, del hijo mayor, del nieto menos travieso o de la mascota más querida, la chupadera será más brutal que durante la celebración del Día de la Madre. Algunas de ellas ni siquiera descansaron ayer domingo, ya que tuvieron que cocinar para que disfruten a sus anchas los angelitos de la diversión perpetua. Pero esa fecha tan ruidosa como los otros feriados en esta ciudad dejó algo importante. Mínimo pero vital. Hubo silencio en algunos sitios donde los decibles estrangulaban los oídos con sus respectivas orejas. El local del Colegio Nacional de Iquitos, el Centro de Convenciones del Pardo,  anduvieron callados.

Era entonces reconfortante pasar cerca de esos sitios donde parecía que ardía un infierno de depravados que ignoraban que ellos y ellas se perjudicaban con el ruido. Parecían hasta conventuales esos sitios y era domingo y con las madres de fiesta, es un decir. En el primero de ellos desde hace tiempo reina el silencio, debido una decisión saludable del presidente de la región. El otro local, después del bochorno del descubrimiento de menores de edad en faenas de cerveza, en uso de licores, no abrió sus puertas. Y nadie se murió porque no bebió ni se vaciló en ese lugar.

Los que se beneficiaron fueron los mismos bebedores y bailarines y los pobres vecinos y vecinas de esos lares. Es decir, fue un buen domingo después de mucho tiempo. El problema del ruido es un inconveniente de la salud humana antes que una pataleta o un capricho. Perjudica a todas y todas, más a los niños y niñas. Todavía no se asume lo grave que es el ruido en cualquier parte. Y sería mejor que poco a poco se vaya conquistando el silencio. El silencio tan necesario para la salud pública es una conquista de la civilización, de la calidad de vida, de las sociedades vitales y no ganadas por el relajo y las malas costumbres.