Y te veo sentado en una de las sillas que rodea la mesa del comedor. Comedor, es un decir, porque sabrán que a veces no había para los alimentos y mi madre hacía malabares para conseguir huevos y por ahí uno que otro “pollo en lata” –eufemismo que colocamos a las conservas de pescado para que los vecinos no se enteraran que escaseaba la comida- para matar el hambre de siete hijos que trajeron juntos al mundo.
En el día de madre, prefiero hablar de mi padre y con mi padre. Tamaña paradoja, dirán los lectores. Y, como en tantas otras oportunidades, pueda que tengan razón. Pues, fíjense, hace tiempo vengo jugando con la nostalgia y apurando viajes para alejarme no sé de dónde y acercarme no sé a quién. Pero juego, pues. Y en eso siento la compañía de Carlos, mi padre, a quien ingenua y agnósticamente acudo para dizque ayudarme en las tareas diarias.
Y recuerdo a Carlos, al resistirme a ingresar a las redes sociales a las que finalmente accedo y veo los saludos más hipocritones que él seguramente detestaría. Porque a él le enfurecía hasta la tembladera los fingimientos y este día es el culto a ellos. Envío de flores marchitadas por la ausencia, remisión de artefactos de línea blanca que intentan disminuir la falta de cariño. Todo ello se da en este día y yo, alejado del mundanal mundo, me cojo de la nostalgia para ensayar un saludo a la distancia. Y cuando escucho la voz de Julia, inmediatamente recuerdo a mi padre. Taciturno, ensimismado, golpeado -si quieren- por la resaca de todo lo vivido que conjuga con sufrido. La voz de ella me devuelve a la realidad. Cruel, es verdad, pero me alegra esa devolución porque siento que soy humano.
¿Será bueno celebrar el día de la madre recordando al padre? Me asalta esta pregunta a cada instante y le doy un poco de pena a mi tristeza, plagiando el título de uno de los libros del autor peruano que fue acusado de plagiario. Te recuerdo hoy, pues, porque por lo menos uno es dueño de sus recuerdos. Y te veo sentado en una de las sillas que rodea la mesa del comedor. Comedor, es un decir, porque sabrán que a veces no había para los alimentos y mi madre hacía malabares para conseguir huevos y por ahí uno que otro “pollo en lata” –eufemismo que colocamos a las conservas de pescado para que los vecinos no se enteraran que escaseaba la comida- para matar el hambre de siete hijos que trajeron juntos al mundo.
Feliz día, padre. Porque hoy es el día de la madre y siento escuchar tu voz, percibir tu sudor con la camisa mojada de tanto darle martillazos a la vida. Si alguna comunicación existe entre almas desperdigadas quisiera que te enteres de todo lo que ha pasado en tu ausencia y que gritaras mis goles como lo hacías cuando aún no había cumplido los diez años y que derrames lágrimas junto a mi para pedirle a quien quiera escucharnos que no nos abandone ni de noche ni de día. Feliz día, padre. Porque con ese saludo quiero enterrar mi nostalgia mezclada con cobardía, herencias genéticas que me acompañan a pocos centímetros de distancia.