Escribe: Jorge Martín Carrillo Rojas
Parece que fue ayer cuando estaba vago, sentado en el umbral de la puerta de la casa de mi abuela en la calle Bermúdez cuadra 4 frente a la plaza 28 de julio, apareció en su motocicleta mi amigo Jaime Antonio Vásquez Valcárcel, con quien ya habíamos iniciado la loca aventura de hacer televisión y que por cuestiones del destino había quedado en stand by, para preguntarme en qué andaba. La respuesta más que sincera fue que en nada, que aún vivía de algunos chivilines que me había dejado mi paso inicial por el entonces CTAR Loreto, del que había sido expectorado por Tomás Gonzáles Reátegui, cuando me dijo que me fuera al día siguiente al diario que empezaba a funcionar en la calle Trujillo, en el distrito de Punchana.
Tengo que reconocer que ni en mi más remota cabeza ideaba la posibilidad de darle al tecleado de la computadora. Lo mío era, y creo aún es, la producción televisiva, el recorrer con mi cámara de video detrás de la noticia.
Ante la posibilidad de que me quedara vago, porque en aquellos años trabajar en la televisión era casi un lujo, fui al día siguiente muy temprano hasta la calle Trujillo cuadra 15, en el entonces llamado distrito pituco de Punchana, donde funcionaba el periódico. Llegué en colectivo, el que sería luego mi vehículo de transporte para muchas comisiones.
Ya en el diario le pregunté al chato Jaime, para qué diablos podía servir en el diario o qué iba a hacer. La respuesta fue más que clara: escucha la radio y transcribe lo que digan los políticos o autoridades. Por entonces el director o editor, si mal no recuerdo, era otro chato, me refiero a Fernando del Águila.
Tengo que reconocer que por esos años se escuchaba mejores voces y quizá a mejores periodistas, salvo mejor parecer de los oyentes, claro está. Pero aun así resultaba tedioso cumplir con esa disposición de mis superiores, periodísticamente hablando.
Con el tiempo y no recuerdo cuándo sucedió, terminé sentado o haciendo rueda a muchos personajes y políticos, para escucharles ofrecimientos o cuestionarlos por tal o cual acción. Era, si mal no recuerdo finales de los 90 cuando empezaba a incursionar en algo que luego me fue apasionando: el periodismo, pero sobre todo tratar de escribir.
El director actual, no fue claro en decirme el espacio para esta columna especial. Así que trataré de resumir lo que para mí ha sido y es el diario Pro & Contra.
Aprendí junto a mi labor como productor de televisión a cultivar la paciencia. Gracias a ella pude esperar largas horas a una ex autoridad hoy a pocos días de estar nuevamente en lides políticas, quien en una primera entrevista me atendió como si yo fuera un viejo conocido y en una segunda intentó vencerme evitándome dar una declaración con una larga espera para el aburrimiento, cuando finalmente logré robarle parte de su “valioso tiempo”.
El diario me enseñó a aplicar algo importante en el periodismo: tener siempre las dos versiones. Pude jorobar hasta el cansancio a un ex gobernador que pensaba que iba a perder el tiempo llamándolo para tomar su versión, porque él aseguraba, cual editor o director de un medio de comunicación, que lo que me declarara no iba a salir. Horas después tuvo que hacerse el loco cuando me lo presentaron y supo que quien lo había llamado para jorobarlo con un tema de denuncia era yo y que su versión había sido consignada en la nota periodística.
Pro & Contra me permitió conocer, investigar y escribir sobre todo tipo de personajes y casos. Ahí están en el archivo las historias de Lucio Enrique Tijero Guzmán, uno de los capos del narcotráfico en su momento, así como sonados casos como del “carro blanco” que terminó por conocer quién es quién en el Poder Judicial. Hoy puedo darle la mano sin mirar hacia abajo a uno de aquellos implicados que con el tiempo ha sabido reconocer el valor de la prensa, contrario a otro de los involucrados, del que mejor prefiero guardarme mi opinión, pues no viene al caso.
Pro & Contra me permitió tener largas tertulias magistrales con colaboradores como Guillermo Flores Arrué, Lando y otros más, con quienes se podía conversar sobre los apagones hasta sobre gastronomía. Me enseñó a batallar para darme tiempo para leer libros de todo tipo.
Paro de teclear para resumir que recordar mi paso por Pro & Contra aún me generan lágrimas de alegría recordando a todos aquellos que de una u otra manera pusimos un granito de arena para que, yo así lo considero, siga siendo un diario que busca polemizar. Una pequeña escuelita del que egresaron buenos y malos muchachos.
Feliz 23 aniversario mi recordado bitinto, aunque se lea huachafo, porque ya no lo es, pero yo lo quiero recordar así, y además feliz aniversario a todos aquellos que pisaron la sala de redacción, testigo de una y mil historias, no sé si bien resumidas en este pequeño homenaje al diario en el que pasé casi la mitad de mi vida.
@reporteropro