La historia peruana nos coloca en disyuntivas bastante particulares. Desde ayer, podemos decir que hemos dado un paso adelante en nuestra lucha para que la memoria y la dignidad no se pierdan o ahoguen en medio de la amnesia colectiva.
Debemos señalar – tras una segunda vuelta en la que ha primado una guerra sucia hedionda y mayoritariamente desigual – que el principal derrotado en las elecciones ha sido la sombra del fujimorismo, ominoso, corrupto y autoritario, que mostró su verdadero rostro en estos últimos tramos de campaña. La derrota de la opción que encarnaba la impunidad y el clientelismo, el retorno al pasado o la prescripción de los delitos contra los derechos humanos es un alivio, sin duda, pero también una señal de alerta, para todos aquellos quienes creemos que aunque no ganó, el mensaje que venía implícito detrás de Keiko Fujimori está fuerte y aleteando amenazadoramente.
Sin embargo, este no resulta tanto un triunfo de Ollanta Humala sin desligarlo de una derrota de Fujimori. Porque detrás de estos números que los acercan tanto, hay un país dividido, en el que cualquiera pudo haber perdido. El anti-voto y las resistencias muy grandes que se han mostrado en estas semanas recientes ambos candidatos son un indicativo claro de que el presidente electo congrega a su alrededor variadas dudas e interrogantes que debe disipar inmediatamente.
Desde el saque, Humala debe tranquilizar a un país fragmentado con un mensaje de concordia y serenidad. Sin mayoría parlamentaria, es hora de establecer alianzas políticas, no tanto en torno de prebendas, sino a partir de ideas claras sobre gobernabilidad.
El presidente Humala, desde luego, debe alejar todos esos fantasmas que han caído sobre él, algunos de los cuales viene arrastrando desde el 2006, como por ejemplo aclarar con mucho detalle su papel en Madre Mía o, principalmente, sus relaciones con Hugo Chávez y el plan continental del mandón venezolano. El Perú no quiere el sistema político de Venezuela, eso es muy claro, y el señor Humala parece haberlo entendido en estas elecciones (al menos en apariencia). Es importante cumplir ese esquema.
Humala también debe cumplir con la confianza que han depositado en él grandes sectores del país, diversos y variopintos. Que el apoyo de gente como Mario Vargas Llosa, con reservas, sea una clara muestra de que debe apuntar no al radicalismo, sino a un régimen plural, democrático, que respete la libertad de expresión, que fomente la propiedad privada y la riqueza individual.
El presidente electo debe entender que es mejor escuchar las propuestas sensatas, de gente sensata, que los acerquen realmente a un sistema donde la gente también importe, donde los consumidores y los trabajadores tengan una voz, donde no se deje de lado al Ande, a la Amazonía y a las provincias. Donde la gente sea importante, toda, sin excepciones.
Este no es un cheque en blanco, presidente electo. Este es un voto vigilante, con responsabilidad. No defraude al Perú.
SI SENOR HUMALA, TIENE QUE ESTAR PENDIENTE Y CUMPLIR LO PROMETIDO EL PUEBLO CONFIO SU VOTO; PORQUE QUIERE EL CAMBIO; NO NOS DEFRAUDE:
ATTE. IRENE MACHAN DE MÜLLER:
STUTTGART-ALEMANNIA.
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