Por: Moisés Panduro Coral
En Loreto parece que estuviéramos condenados a ir de tumbo en tumbo en cuánto a proyectos de impacto para el desarrollo regional. En la década del ochenta, un proyecto carretero que pretendía enlazar las cuencas del Napo y del Putumayo (Puerto Arica- Río Algodón- Flor de Agosto) de 70 kilómetros fue derrotado por la falta de continuidad y de mantenimiento de los tramos avanzados. De manera similar, la carretera Jenaro Herrera-Colonia Angamos que tenía el propósito de conectar la cuenca del Ucayali con la del Yavarí terminó en un cementerio de máquinas que poco a poco va desapareciendo conforme se incrementa la frustración de sus pueblos.
A fines de 1998, como un caramelito de limón que buscaba endulzar la amargura del pueblo loretano por la entrega al Ecuador de los enclaves de Saramiriza y Pijuayal, el gobierno de Fujimori promulgó la Ley de Promoción de Inversión Privada para la Amazonía que contenía proyectos viales para ser financiados durante los años 1999-2001, entre ellos, el asfaltado de las carreteras Iquitos- Nauta y Tarapoto-Yurimaguas. Claro que lo de Fujimori fue pura palabrería porque la carretera Iquitos-Nauta no fue financiada con recursos del gobierno central sino con el 12% del canon petrolero destinado a actividades productivas acumulados durante varios años por la no utilización de esos recursos en favor de los productores loretanos, mientras que el asfaltado de la carretera Tarapoto-Yurimaguas se inició y se ejecutó íntegramente en el segundo gobierno de Alan García.
Las dos obras anteriores fueron una demostración de que sí se pueden hacer carreteras en determinadas franjas altas y de suelos relativamente sólidos del territorio loretano. Más, en 2010, a alguien se le ocurrió que por su propia decisión quimérica se podía unir Iquitos con Yurimaguas mediante una vía férrea, hizo anuncios de que “el tren viene con fuerza” e invirtió 100 millones de soles en estudios que finalmente fueron a morir en el escritorio metálico de un funcionario del Ministerio de Economía y Finanzas por su cantada inviabilidad. Junto al hoy impopularísimo “tren fantasma”, también se fueron al agua los estudios millonarios de la hidroeléctrica de Mazán, caballito de batalla durante años de politiqueros poco instruídos en el conocimiento de la región que habitan, puesto que la tan anunciada presencia de inversionistas haciendo cola para financiarla no fue más que una triquiñuela electoral montada por la abortada re reelección del soñador de marras.
¿Cómo entender al elector de Loreto?. Vota, según el engañador de turno por: trenes fantasmas, hidroeléctricas espectrales en HD, gas barato extraído a la sombra de pozos petroleros o regalías petroleras que fantasiosamente lo solucionan todo; pero muestra su indiferencia cuando proyectos integrales como la carretera Bellavista-Mazán-El Estrecho se parten para ejecutarlos -sabe Dios por qué inconfesabes razones- en pedacitos, o cuando procesos de concesión de importantes proyectos se cancelan como ha sucedido recientemente con la hidrovía amazónica o se demoran ad infinutm como el de la interconexión al sistema eléctrico nacional; sale a protestar contra proyectos que deberían ser sus banderas de lucha por tener viabilidad técnica y por el alto impacto que tienen para el futuro del país, tal el caso del megaproyecto energético Corina cuya ley de de declaratoria de necesidad y utilidad pública fue derogada por el gobierno humalista por la única y torpe razón de que ha sido impulsada por Alan, o levanta su voz contra una propuesta legal que todos los países que nos venden madera con valor agregado tienen que es la de promover la inversión privada en reforestación y agroforestería.
¿Estamos condenados? No lo sé. Insisto en que una de las formas de evitar que esta condena nos mande definitivamente a la lona en el cuadrilátero del desarrollo territorial es la pedagogía política, debatir en torno a propuestas bien pensadas no a sueños individualizados, generar el voto reflexivo, y gobernar pensando en el futuro y en las nuevas generaciones. Ése es nuestro desafío.