En un diario italiano leía que recordaban el día del horror de los campos de concentración en Auschwitz, iba acompañado de un vídeo de la romería sobre ese tenebroso lugar del mal. Un sobreviviente, con muchos años encima, iba mostrando los Lager, las vías del tren y señalaba las instalaciones de la “fábrica de la muerte”, rezongaba con mucho pesar al mirar todo lleno de nieve – se me venía a la memoria el testimonio de Primo Levi, que no deberíamos olvidar. El sobreviviente seguía mostrando el recorrido por el interior de las cámaras de gas, los lugares donde están depositadas las prendas y objetos de las personas fallecidas, al anciano se le quebraba la voz recordar. Recordaba un regalo de su hermana fallecida en ese lugar. No es nada fácil volver a visitar ese lugar del horror. Cuando visito lugares como estos las emociones se contradicen. Recuerdo en Kigali en el Kigali Genocide Memorial las lágrimas de Fofó por ese charco de tristeza de la humanidad, en Ruanda se mataban alrededor de cien personas al día. Igual situación me producen las Puertas de no retorno que visité en la Isla de Goreé en Senegal, en Ouida en Benín y en Pemba en Mozambique, te fastidias como ser humano, te avergüenzas. Es un zarpazo sobre la conciencia. Están llenos de quejidos, desgarros del alma, gritos y lamentos. Desgraciadamente, en la Amazonia continental a pesar de lo que sucedió en el período cauchero con la población indígena y los recursos naturales, no tenemos un lugar de la memoria que nos advierta de esos peligros. Estos lugares son espacios donde se entremezcla la memoria y la historia con mayúsculas. Si no fuese por la memoria muchos trabajos de historia no hubieran tenido sentido. Y a pesar de todas estas alarmas contra lo oscuro de la naturaleza humana, las personas seguimos ignorando el sufrimiento. La situación de los refugiados es una de ellas. Otro es, que un reducido tanto por ciento de la humanidad concentre la mayor parte de la riqueza muestra el egoísmo en el estamos sumergidos. Nos encaminamos hacia la oscuridad.
En Iquitos le rinden culto a uno de los peores genocidas de la época del caucho. Una calle lleva su nombre.
Por otro lado, el centralismo no solo es propio de países como el nuestro, sino que también se da un tipo de centralismo mundial, como lo que vemos actualmente con los refugiados en Europa.
En Loreto mismo existen refugiados que ante la ausencia de atenciones por parte de las autoridades a los habitantes de los lugares mas alejados, se ven en la obligacion de abandonar sus pueblos para llenar las ciudades y hacerse ellos solos sus oportunidades. Ellos son los invisibles. Lima, Iquitos y muchas ciudades están desbordando de poblaciones marginales, crece la informalidad, la delincuencia y la cosa es inmanejable. Por eso, NO al centralismo perverso.
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