Por: Rubén Meza Santillán
No son días fáciles, sin duda alguna, es más, creo que la crisis te aprieta el cuello con sus cuerdas más gruesas como si fueras un ganado al que llevan al matadero y al que ajustan fuerte para que no escape. Son momentos breves como dolor de muele que te jode justo cuando intentas pegar los ojos luego de uno de esos tantos días para el olvido de tu colección personal.
Pero ahí se ve a los bravos dicen muchos, sobre todo los que recuerdan la voz ronca y firme de sus padres, bien por ellos, pues. Pero qué hay de los que no lo tuvimos nunca al frente o por lo menos en esos momentos de crisis existencial, en aquellos instantes donde la edad difícil de la adolescencia y juventud te sacuden peor que un devastador terremoto. Si cuando ello ocurre, la única que corre cual Defensa Civil o rescatista y te tiende la mano y el corazón es tu madre. Pero claro, eso es una maravilla, solo que en esos minutos tan solo necesitas escuchar la guapeada, esa dulce carajeada o cuadrada de tu viejo.
Pero, en fin, no vale llorar sobre la leche derramada. Pero de que a uno la vida se la pone a cuadraditos, así como cuando le pones un pupiletras a un analfabeto. Recontra cuesta arriba. Más fácil es darle un pellizcón a un vidrio.
Y sí, es ahí cuando quiere mandar por la borda todo, para luego ser tú el que se lance desde el nivel más alto de un trasatlántico, a las turbulentas y agitadas aguas de un océano a medianoche siendo consciente de que no sabes nadar. Es cuando te asalta esa sensación de querer mandar a la mierda todo porque nada te sale bien, que lo que haces con honestidad y dignamente no se refleja en el justo reconocimiento en esos billetes, en esos papeles cochinos e infestos de bacterias que cada mes llega a tus manos y siempre resulta siendo insuficientes e injusto. Tan descaradamente desproporcionado como el mísero pago de un par de soles por un racimo de plátano al campesino.
No sé, pero en estos días de fin de semana me asaltó una vez más esos fantasmas. La depresión siempre inoportuna de nuevo tocó mi puerta y sin esperar que le abra se zampó por la ventana. Y ella viene fiel a su estilo a enrostrarte tus temores y tus complejos, esos benditos complejos de siempre. Y te desestabiliza, te vapulea, la porquería esta se regocija poniéndote mal, por los suelos. Y recién se aleja y pone fin a su indeseable visita cuando ha certificado que te dejó peor que aserrín de bar de mala muerte.
Y tras esta pesadilla a ojo abierto, en tus cinco sentidos, sin que te des cuenta de pronto te quedas dormido y después de unas horas te despiertas sobresaltado y te pones a llorar imaginado que tu almohada es el cálido regazo de tu madre… ahí te das cuenta que por enésima vez has sobrevivido a la ruleta rusa, sin saber cómo y hasta cuándo.
Ni modo a seguir para adelante, voltear la página y seguir aferrado a la ingrata esperanza de que la decencia algún día te hará reventar la maquinita, te hará ganar por lo menos, el tercer apagón del bingo. Así que, bienvenido otra vez más lunes, así para muchos seas el día más antipático, para mi tus horas son como 24 botellas de plástico vacías de no importa que gaseosa, pero que a mí me ayuda a flotar en este mar incierto y hasta siento que puedo volar nuevamente.