Por: Moisés Panduro Coral
Los nuevos descubrimientos científicos nos conducen ineludiblemente a nuevas perspectivas de la vida. Nuevas ideas, nuevas tecnologías, nuevas tendencias, conducen ineludiblemente a nuevas necesidades, nuevas prioridades, nuevas expectativas, nuevos retos. Desde la década pasada han adquirido especial relevancia para la ciencia: la exploración del océano y de las profundidades del planeta, la clonación terapeútica, las células de combustible de hidrógeno, el ancho de banda inalámbrico, la arquitectura urbana inteligente.
Somos testigos de época de las cruzadas científicas para proveer a la Humanidad de conocimientos, tecnologías y progresos sociales, y con ellos, la configuración de nuevos escenarios. Arnold Kling, economista y profesor universitario, señala que una de esas cruzadas es la “guerra contra el envejecimiento” que ha centrado su atención en el conocimiento de cómo ocurre el daño en las células, a partir del cual será posible prevenir o anular el proceso de daño a las mismas, y consecuentemente “extender la vida de manera infinita y saludable”. De esta manera, la antiquisíma búsqueda de la fuente de la juventud dejará de ser una quimera y se convertirá, tal vez, en un negocio rentable, una política de salud pública de los gobiernos, o una fuente generadora de exigencias de nuevos derechos ciudadanos.
Dice Arnold Kling: “Cuando usted llegue a la edad de 80 años, la guerra contra el envejecimiento habrá progresado a tal grado que la longevidad será de 100 años. En este punto, los científicos tendrán otros veinte años para proponer nuevos métodos de extender la vida. Esto quizás lo lleve a usted a la edad de 130, y en este nuevo lapso, los científicos extenderán otros treinta años la vida, y así usted vivirá para siempre. Parece razonable asumir esto. Tal como ocurre con todas las nuevas tecnologías, las mejores técnicas contra el envejecimiento atravesarán por un período experimental (e inicialmente serán caras)…” Después, como producto de la innovación de valor, es decir de la reducción de costos y del incremento del valor para los usuarios, esas técnicas se tornarán accesibles para la clase media y alta, en la hipótesis de que en 30 años, éstas constituirán el 90% de la sociedad mundial.
El goce de este mundo de ensueño caótico (el orden del desorden) que la tecnología nos trae, dependerá, sin embargo, de los enfoques, posturas e intereses que dominen la política, entendida ésta como la actividad que realizan los que gobiernan o los que aspiran a gobernar y administrar los asuntos y aspectos que afectan a un país, a sus sociedades, a sus ciudadanos. Y creo que en este punto, en el Perú, estamos a la zaga. Basta con observar la mezquindad, el revanchismo, la deshonestidad, el nihilismo ideológico, la egolatría que, con algunas honrosas excepciones, caracterizan a los líderes políticos y a sus seguidores.
Produce desencanto observar que mientras la tecnología se dirige por un pensamiento no lineal, la política se encarrila por un pensamiento lineal, estático, absolutista. Esto es que mientras para la ciencia y la tecnología llegar del punto A al punto B implica infinidad de posibilidades, rutas y formas, para gran parte de nuestra clase política llegar del punto A al punto B, sólo implica una línea recta, que es la línea de su pequeñez intelectual, de su tardía o tal vez abrupta comprensión del arte de gobierno, de su indigencia valórica, de su estrechez para comprender que vivimos en espacio y en un tiempo en el que las cosas no se reducen al blanco o al negro.
Ergo, si queremos que la política vaya de la mano del avance científico, si pensamos que las ideologías no deben envejecer nunca y, más bien, rejuvenecerse periódicamente, es hora de abandonar ese pensamiento lineal que los asfixia, y encaminarlas hacia formas superiores de expresión política que como señaló Haya de la Torre “queda a la imaginación de los que vienen”.