A pesar de los pronósticos de lluvia y viento, lo único que acertaron los meteorólogos en sus predicciones fue el viento gélido que se sintió ese mediodía pero hizo un día bueno para ser invierno. El sábado 31 de enero se llevó a cabo la marcha por el cambio como reivindicaba los organizadores y rezaban en los carteles de invitación. Y estuve, estuvimos ahí. Fui un poco para mostrar mi desazón y fastidio contra el bipartidismo en España que ha decepcionado a propios y extraños. El país desde la transición política de finales de los setenta del siglo pasado hasta hace unos meses se contentó con lo poco que habían conseguido y la clase política perdió una oportunidad de oro mientras dormía sobre unos laureles marchitos y mamandurrias. Se pudo conseguir más, más si tenemos en cuenta que el Estado diseñado era de la construcción de una dictadura. Se remodeló un poco y a vivir de lo ganado. Los vicios del Estado franquista fueron vistos algunas veces como una virtud como es el caso de la opacidad del ogro filantrópico. Fue un tremendo error que hoy están pagando las consecuencias. Y también concurrí a esta manifestación por mi interés de fisgón. A las marchas que he concurrido por este lugar de la Mancha por lo general los participantes llenan con chascarrillos y buen humor la larga caminata. Es muy significativo porque los españoles y españolas tienen una ganada fama ser secos y hasta casi ariscos, pero en las marchas sufren una generosa transformación. Les brota la chispa y las agudas ocurrencias. Se advertía en la marcha personas de diferentes edades y condición. Lo que más se repetía era el coro: ¡sí se puede! Era una protesta por la manera que los políticos y políticas han venido manejando la cosa pública con patrimonialismo exultante. Como si el Estado fuera de unos cuantos (Basadre hablaba de sultanismo). Y en parte esta marcha fue el de la ilusión de cambio, esperamos no tener pesadillas. De indignación contra estos golfos.