ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

La eliminación de Perú en la Copa América 2024 sirvió para recordarnos que hace 29 años que no éramos eliminados en la primera fase, entre otras cosas. Claro que allá en Uruguay el entrenador era Miguel Company y ya sabemos cuán desapegados somos, a veces con justa razón, a los técnicos nacionales. Esta era Fossati no podía ser de un final feliz en la Copa América si nos apegamos a las cifras en los partidos previos. Los entrenamientos con Nicaragua y República Dominicana no merecen ni una línea, tampoco con El Salvador. Con Paraguay hicimos lo que fue un denominador común en Estados Unidos: cero efectividad, defensas con actitud y arquero que ratifica supremacía, goleadores del pasado, nulo intento de recambio generacional, terquedad en mantener a un delantero que, en otras circunstancias, apenas para amuleto sería convocado.

Fossati no es el entrenador que el seleccionado necesite en esta época de urgente recambio. Aunque, claro, sí es el seleccionador que la Federación Peruana de Fútbol requiere para mostrarse de una manera distinta a lo que vienen haciendo. Todas las explicaciones, deportivas y no, que ha ensayado el entrenador para explicar sus decisiones pueden ser entendidas desde el ámbito sentimental más no racional. Desde aquello de “Nono” hasta los argumentos que provocaron la salida de Renato Tapia, capitán de un equipo desembarcado a última hora por mediocridades dirigenciales que en algún momento se quiso trasladar a un patriotismo mal entendido por quienes han hecho del fútbol nacional una constante traición a la patria.

Que Paolo Guerrero haya comenzado el partido con Argentina sirvió para comprobar que ya no está para la selección. En los 56 minutos que estuvo en el campo sólo tocó 10 veces el balón y ni un remate al arco. Ni uno solo. Mientras que Ángel Di María, su contemporáneo, jugaba al ritmo de su edad y del rival y, sin esforzarse, gambeteaba como en sus mejores años. Mientras que por un extremo Aldo Corzo se paseaba y pesaba con sus 35 años a su lado Lautaro Martínez derramaba vitalidad y versatilidad porque, claro, juega en la liga italiana y el capitán del campeón del fútbol peruano alterna con Dorregaray y, a veces, con Calcaterra. ¿Se explica la diferencia? Sobre Cueva, Cuevita, es mejor pasarlo por agua fría, ni siquiera tibia porque es un jugador caliente o con calentura que nos dio tardes/noches gloriosas con su garbo, gambeta, dribleada y, sí, viveza necesaria en el campo de juego y hasta la perdonamos sus majaderías fuera del terreno futbolístico. Porque así se debe tratar a los ídolos, no como dioses sino como seres humanos. Y que el Nono le tenga como una especie de ekeko más que un reconocimiento a su calidad debería ser visto como una falta de respeto al exjugador de Alianza y a la misma hinchada.

Duele que Perú sea eliminado de esta forma y que nuevamente la poca autoestima futbolística del deporte que más glorias nos ha dado muestre imágenes de jugadores al borde del llanto y con el rostro de incertidumbre. Molesta la no continuidad competitiva de un seleccionado que había recuperado el patrón de juego habilidoso y dirigentes que tuvieron importante participación en ese proceso hoy sean los protagonistas de todo lo contrario. Produce rabia que, casi como sucede en la política, jugadores inteligentes para crear jugadas y marcar goles memorables no tengan esa misma capacidad para alejarse de las canchas sin que el cariño de los aficionados se aleje de ellos. Esperaremos setiembre para que se ratifique que vamos por el camino equivocado y tendremos a un entrenador con ese tonito uruguayo explicando sus desaciertos como hace 29 años tuvimos a ese entrenador nacional con ese tonito prestado de los argentinos explicando sus tremendos errores. Porque en el fútbol a veces sólo se cambia de actores y el tonito sigue siendo el mismo.

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