Javier Vásquez
La letra de Willian Shakespeare empeoró gradualmente desde los 36 años, cuando escribió Hamlet, hasta su muerte, a los 52. Eso podría atribuirse al envenenamiento con mercurio, un indicador de que habría sufrido sífilis, enfermedad venérea que era una verdadera plaga a fines del siglo XVI. El tratamiento de rutina consistía, precisamente, en vapores de mercurio, que provocan temblor, gingivitis y cambios de la personalidad.
La ceguera de Borges era hereditaria por línea paterna. Su padre murió ciego y su abuela también. Él fue miope desde muy chico y sabía que iba a quedar ciego. Entonces ejercitó su memoria para poder recordar en el futuro lo que pensaba que algún día sería incapaz de leer. En su juventud tuvo varios desprendimientos de retina y también puede haber padecido glaucoma (aumento de la presión intraocular y daña el nervio óptico) y, con seguridad, sufría de diabetes.
Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, sufrió de depresión desde la adolescencia y en 1689 padeció el primer ataque de vértigo, tinnitus (percepción de sonidos que no provienen de ninguna causa externa) y pérdida de la audición, síntomas de la enfermedad de Menière, un trastorno progresivo que daña el oído interno, y que le causó problemas de concentración y de memoria. También padecía trastorno obsesivo compulsivo. Era higiénico hasta un grado enfermizo: se lavaba la ropa pero raramente el cuerpo. Era puntual y de hábitos monótonos, hacía listas y contaba sus pasos cuando caminaba. Se ejercitaba obsesivamente y caminaba entre seis y dieciséis kilómetros por día. Vivía pendiente del reloj. En sus cenas, nadie podía hablar más de un minuto por vez, incluido él.
Miguel de Cervantes escribió El Quijote en sus últimos años y en medio de todo tipo de sufrimientos. Aquejado de una sed constante, probablemente a causa de una diabetes avanzada, en esos días su organismo ya se encontraba en un estado calamitoso.
Jack London, autor de El libro de la selva, durante sus viajes sufrió escorbuto y gonorrea. En las islas Solomon, una enfermedad provocada por la misma bacteria que la sífilis, pero transmitida por la picadura de insectos le causó sufrimientos horrorosos. También tuvo impresionantes inflamaciones en sus manos y uñas, tal vez a causa del envenenamiento por mercurio. Luego, cuando viajó a México para informar sobre la revolución mexicana, cayó enfermo de disentería. Quiso combatirla con estricnina, belladona, heroína, opio y morfina.
Hubo muchos escritores que padecieron epilepsia -como Flaubert, Poe, Dickens y Agatha Christie- pero sin duda Dostoievski es el más famoso de todos. Hijo de un cirujano militar retirado, desde 1860 registró meticulosamente sus ataques en una libreta. Documentó 102 convulsiones «de todos tipos» en 20 años, con largas épocas en las que sufría un episodio cada tres semanas.
James Joyce, autor de Ulises, al finalizar su primera obra tuvo un ataque de poliartritis e iritis, o inflamación del iris. Se sospecha que en realidad la enfermedad de Joyce fue una artritis reactiva, enfermedad autoinmune desencadenada por una infección genital o por diarrea ocasionada por ciertas bacterias. Terminaría perdiendo casi totalmente la visión debido a la inflamación, las operaciones y las complicaciones.
En 1917, mientras escribía su obra cumbre, tuvo varios ataques de glaucoma y uno particularmente grave que obligó a su oftalmólogo a removerle parte del iris para aliviar la presión. En 1920, reciia gotas de cocaína como anestésico, lo que puede haber empeorado el cuadro y agravado su glaucoma. Entre septiembre de 1922 y junio de 1926 tuvo nueve operaciones oculares. Al cabo de las cirugías, casi no veía con el ojo izquierdo.