Por: Moisés Panduro Coral

 

No tengo ninguna duda. Detrás de algunas encuestas publicadas en los últimos días sobre intenciones de voto presidencial “hay plata como cancha”.  Hace unos días recibí la visita de dos conocidos quienes luego de saludarme me informaron que pertenecían a una empresa de medición de opinión pública cuya razón social no revelaré, y que estaban “trabajando una encuesta de intención de voto” de los candidatos al Congreso de la República en Loreto. Requerían de mi un respaldo económico para financiar su misión, y ante mi franqueza de político franciscano me respondieron con una franqueza bárbara -que aprecio- que no basta con estar en la expectativa de la gente, sino que hay que invertir algunos soles para aparecer como elegible.

“Tienes un cuadro (trucho, claro está) donde estás con un porcentaje apreciable (y trucho) de votación, no menos de cuarto lugar; contratas un medio que lo publique, te consigues otros medios que opinen, comenten y te revientan cuetes hasta el cansancio; y ya te encuentras sin mucho esfuerzo, pero sí con una buena inversión, en un lugar expectante, porque la gente se referirá a la encuesta (trucha, por supuesto), no a tus méritos, ni a tus capacidades; la gente no tendrá en cuenta si tienes buenas propuestas políticas o si puedes exhibir una trayectoria política limpia y consistente, hablará sólo de tu lugar en las encuestas (truchas, hay que repetirlo). En otras palabras, el elector promedio te verá como un político emergente o como un potencial ganador, y así se va formando y consolidando tu imagen para lograr el caudal de votos con el que llegarás al Congreso”.

No soy un neonato en política, yo he sabido siempre que así es la cosa, pero no había conocido al detalle la secuencia de una truchada electoral. Por eso, les agradecí el esmero que pusieron en explicarme el proceso para hacerme congresista, aunque no haya accedido a su oferta. Entiendo que han visitado a otros ciudadanos, principalmente empresarios y parientes de autoridades regionales y municipales. Ambos segmentos, potenciales clientes de las encuestas truchas, tienen algo en común, y éste es la disponibilidad de dinero en cantidades industriales.

En el caso de los primeros, los candidatos-empresarios, probablemente la fortuna de algunos provenga de lícita factura, pero existen aquellos cuyas cuentas han engordado a costa de la usura, la estafa en la prestación de servicios, la explotación laboral y el lavado de activos. En el caso de los segundos, o sea de los candidatos-parientes, el financiamiento viene por el lado de la utilización de los bienes y la logística del Estado, o por la coima cobrada en obras, por adquisiciones fantasmales, y cuando no, por la bolsa de algunas decenas de miles que logren juntar con los descuentos de haberes a quienes llaman “sus militantes”.

De donde venga la plata no es el problema para una encuestadora trucha. Sí de exiguas arcas regionales y municipales, de constructoras, de proveedores mimados, del narcotráfico o de una universidad privada, no importa; lo esencial es que haya plata, por que sin plata no tendrás un lugar decente en esos cuadritos que en época electoral se difunden como si fueran los diez mandamientos. Si viene de gringos, de mestizos o de “razas distintas”, es lo de menos, ya lo dijimos, lo esencial es que haya “plata como cancha”.

“Dime con quien andas y te diré quien eres”, dice un antiguo refrán. En el Perú de las encuestas truchas es: “Dime cuanto tienes y te diré en que puesto estás”.