En la cima de Iquitos (2)
En febrero del 2009, Dorian Fernández y yo dirigíamos unos talleres creativos llamados Revolución Visual. Uno de los objetivos finales del trabajo creativo era generar un producto cinematográfico, cuyo guión, rodaje y post-producción iba a estar a cargo de los talleristas, con supervisión de Audiovisual Films, la productora que había convocado a las lecciones.
Aquel 2009, durante más de 13 sesiones de rodaje, los miembros de Revolución Visual dieron forma a una de las producciones más extrañas y complejas en la cual yo he podido participar: un mediometraje de 55 minutos, ambientado como locación principal en uno de los espacios públicos más emblemáticos de la ciudad: el viejo edificio abandonado de EsSalud, pretendido hotel de lujo que orgullosamente mirara al Amazonas en alguna época y ahora desvencijado depósito de chatarra, instrumentos quirúrgicos y archivos humedecidos por la lluvia y el paso del tiempo.
Durante tres semanas, entre cuartos improvisados, humildes moradas, depósitos de autos, microbuses en movimiento, abarrotadas aceras del Malecón, la Terminal, la Plaza de Armas, se daba forma a una historia de desolación.
Las madrugadas, cuando la noche desparece allá arriba, en el último piso del viejo edificio un viento gélido te hace sentir que todo lo que te enseñaron sobre el trópico puede ponerse en duda.
De noche, en el último piso, en lo más alto donde puedes mirar, en lo más decrépito y particularmente lóbrego, tu compañía más constante son los murciélagos, algunos búhos ojones y más de una rata insolente.
Quienes suben, sean como vigilantes o como técnicos de las variadas antenas comunicativas que se ubican en las torres, dicen que solo se puede escuchar nítidamente el aleteo de las golondrinas de estación y las campanadas de la Iglesia Matriz.
Los guachimanes dicen que en la oscuridad, cuando no ves nada, cuando solo puedes usar tu linterna, tu radio y un cigarrillo, sientes presencias, descubres ruidos extraordinarios, sientes objetos que se mueven o se caen sin explicación.
Era casi una necesidad poder grabar dentro del viejo edificio. No solamente debido a la extraordinaria presencia como personaje animador de nuestras actividades, sino también como elemento aglutinador de eventos desencadenantes o esotéricos.
Aquel viejo edificio simboliza el esplendor de lo que pudo ser al arribismo descarado del trópico, pero también queda como una metáfora de las causas perdidas y los booms que en algún momento nos caracterizaron y luego terminaron con una resaca espantosa.
¿Puede la vista más luminosa esconder detrás de sí un sombrío destino?
Increíble que un símbolo del deterioro pueda permitir el nacimiento de un signo de fe y confianza.
Iquitos alguna vez es luminosa, y otras veces tenue, lluviosa. Algunas veces el color del cielo es azul.
Eso solo se puede descubrir cuando estás arriba. Cuando estás más lejos de la tierra, pero, paradójicamente, más lejos del cielo.